lunes, 28 de septiembre de 2009

Ansiedad

Cuatro azulejos cincuenta por cincuenta nos separan, pero creo que hay un mundo entre nosotros. Yo te miro, y tú, ajena a mí, le miras a él, que no deja de hablar. Sonríes tranquila, y explicas, repites, repites, repites. Y yo, casi roto de ansiedad, sólo puedo imaginar lo que te diría, o mejor, lo que escribiría por ti. El reloj va hacia atrás con la misma velocidad que el mío avanza. Me desespero. Cierro los ojos e imagino tu voz diciendo ¡Próximo!. Pero sólo le oigo a él, divagando pensativo, alargando los segundos, como quien delante de un cajero mira extrañado las pantallas y las lee con atención.
Quiero adelantarme unos pasos y gritarle mi desesperación, apartarle de allí. Quiero llamar tu atención. Voy a dejarme caer al suelo como desmayado, para que vengan todos corriendo, para que vengas tú también, me preguntes qué me pasa, me mires, me mires por fin. Después me voy a recuperar, consciente de haber roto el hechizo de pesadez que te atrapa, consciente de que eres consciente que soy el siguiente, que espero, que detrás del hombre duda estoy yo, ya fuera del anonimato. Y así, cuando por fin digas ¡Próximo!, y se despeje mi camino hacia ti, avanzaré los cuatro azulejos cincuenta por cincuenta y llegaré a ti, con la seguridad de sentirme, por fin, escuchado.