domingo, 30 de mayo de 2010

De la vida un cuento (1 de 3)

Estoy convencido de que leer transforma.
Aparte de todos los beneficios demostrados que tiene (aumento de vocabulario, mejora de la expresión, incremento de la creatividad,..), creo que te hace más persona, aunque no sé si hay muchos estudios que avalen esta teoría (intuyo que muchos asesinos, dictadores, ladrones... también leyeron mucho). En todo caso, asumo que amplía silenciosamente una capacidad interior que se escapa a la vista. Pero cuando además se realiza en la infancia, planta las bases de un mejor desarrollo futuro, y en esto espero que estemos de acuerdo.

La lectura era uno de los puntos a trabajar en mi misión dominicana. Pocos meses después de mi llegada a La Romana, comencé con algunas actividades de animación lectora en 4º y 5º del Colegio Calasanz San Eduardo, sin experiencia en el tema pero confiando en los consejos de Carlos Kikiricaña. Era un planteamiento sencillo. Consistía en sacarlos a leer una hora a la semana, en grupos pequeños, con el fin de acercarles las historias vivas de los libros muertos de la biblioteca de la escuela. Fue una primera experiencia, bastante satisfactoria según ellos contaban y yo pude comprobar. Había algunos niños molestosos, la verdad, pero en general ellos aprovechaban para leer con tranquilidad, incluso muchos de los hiperactivos encontraban en esa hora un pequeño remanso de paz y sosiego, convirtiéndose en un buen remedio a su desbordada actividad habitual. El problema venía sobre todo de aspectos externos a la actividad, en especial de la ubicación de la biblioteca (casi en la entrada de la escuela), que hacía de ella un buen punto de encuentro de profesores ociosos, con lo que derivó más en una mezcla de improvisada sala de profesores y ciber-café, que en el deseado rincocito de las letras en el que yo la quería convertir.

También en la red de centros culturales Calasanz, del proyecto "Calasanz nos une" que coordino, he tratado de hacer lo mismo, aunque con un resultado, digamos, desigual. Primero pensé que lo que los niños necesitaban eran más y mejores libros, así que traté de renovar los fondos bibliográficos de las bibliotecas. Reconozco que soy algo exquisito a la hora de elegir libros: pienso que a los niños no les vale "cualquier cosa", argumento en el que se basa mucha gente que quiere donar para limpiar sus estantes de restos literarios obsoletos, mientras se dice "Esto para los pobres". Los niños son pobres pero dignos. Y yo un poco exagerado, con lo que nada me parecía suficientemente adecuado para ellos.
Con bastantes libros repartidos, me fui dando cuenta que se trataba más bien de motivarles a usarlos, e involucrarles en el cuidado de sus propios libros. También animando a las maestras, cuyas técnicas a veces resultan poco o nada alentadoras. Yo proponía un cambio de filosofía: tratar de acercar a los niños las historias y cuentos, para que ellos de manera natural y espontánea fueran enganchándose. Poco a poco la cosa fue mejorando, como digo desigualmente, pues en algunos casos encontré que los libros se estaban usando más como elemento decorativo que no como fuente de saber.
Así que me puse yo mismo manos a la obra, que en el fondo es lo que me apetecía. Esto me permitió disfrutar de los niños, de su descubrimiento de la lectura, aunque perdí en visión de conjunto y en estrategias a futuro. Verlos en silencio, inmersos en historias e imágenes, aunque fuera poco rato, me devolvía la ilusión y la esperanza de poder ver resultados.

Este curso decidí seguir apostando por este tema, y entró a trabajar en las bibliotecas Jose (monitor de campamentos) como animador a la lectura. Trabajamos con el concepto de "rincón de lectura", que bautizamos como Rincón de los Tiburones de lectura, o devoradores de libros, lo cual en capillas reconvertidas a salas de tareas durante la semana resultó algo complicado. Compré suelo blandito de colores y paneles de corcho, pusimos algunas frases de decoración y dedicamos dos días fijos semanales a leer. Además, en verano los voluntarios de Valencia nos ayudaron con algunas técnicas de motivación, que sirvieron para despertar en todos la conciencia de lo mucho que se podía hacer y de lo poco que tal vez estábamos haciendo.

Al final de este curso, creo que el resultado es positivo, muchos niños han adquirido el hábito lector, y se han familiarizado con los libros como una herramienta propia del aprendizaje ofrecido por la biblioteca. Empiezo a oír "ése ya me lo sé", o "¿Qué nos has traído hoy?", o la que me alegra más, "¿Cuándo viene Jose?", lo cual es sutil indicador de que algo empieza a cambiar. Creo sin embargo que hay mucho por hacer, especialmente en la implicación de las maestras para inventar un mundo imaginario lleno de historias, fantasías e imaginación. Queda trabajar sobre las historias para sacarles más jugo, aderezar los cuentos con manualidades, música, juegos, crear clubes de lectores... en fin, que la lectura salga más de los libros para invadir el espacio vital y hacer de la vida un cuento, o de un cuento la vida.
Pero eso ya será en el capítulo siguiente.


Decir más con menos

Hace un tiempito que no escribo, y ahora creo que he perdido el hábito.
Me temo que la pereza se me ha echado encima. A veces pienso que nada de lo que cuento es importante, que no merece la pena. A veces la ocurrencia es "algo pequeñito" (siguiendo la terminología eurovisiva), tanto que no merece ser contado. Y mi día a día está tan lleno de cosas pequeñitas, que ni juntas pueden sacar la cabeza por encima de la mesa de la computadora. O tengo que juntar muchas para que salgan las cuentas.
O tal vez, y esto me preocupa más, hemos perdido vosotros y yo la conexión que teníamos. Me sabe mal porque siempre ha sido la idea que hagamos juntos este camino, que compartáis conmigo las ilusiones y los desengaños. Esta aventura es de sentimientos más que de hechos. Desgranarlos a veces cuesta, uno debería ser muy bueno para contarlos tan minuciosamente que se hiciera entender perfectamente, y no creo yo serlo tanto.
En todo caso, esta sutil y sosa confesión me permite comenzar a practicar. Y tal vez este soltar los dedos sea promesa de algo más. Aunque me quita mucho tiempo (soy bastante perfeccionista), me hace mucho bien pues resulta ciertamente terapéutico. Así que, si me podéis perdonar, seguid ahí para ver en qué queda la cosa, que yo haré lo mismo. Tal vez escuchándonos un poco más, incluso en el silencio, podamos decir muchas más cosas.