viernes, 7 de noviembre de 2008

En la oscuridad

Casi todos los días, desde hace dos semanas, me levanto con una blasfemia en la boca. Muchos de esos días, me he acostado además con ella.
Y es que estamos de apagones, horas interminables de oscuridad, especialmente cuando más necesitas alumbrarte, a la hora de hacerte la cena, limpiar la casa, prepararte las clases del día siguiente o de consultar tu correo.
Los apagones no son fortuitos sino intencionados. Me imagino la cara del tipo que levanta el braker y nos sume en las tinieblas, y lo quiero matar. La razón es la de siempre, el sistema eléctrico nacional no puede asumir los impagos y las deudas de la gente que se "engancha" a otros de gratis. Pero más aún, la deuda energética que el Estado tiene con la empresa es al parecer brutal. La consecuencia es que la empresa eléctrica no puede asumir el coste del combustible para generar electricidad, ni el mantenimiento de las plantas generadoras. O sea, tu Gobierno no paga, y tú, que pagas religiosamente las facturas, eres víctima de cortes arbitrarios y no programados. Estupendo.
En un país primermundista, las denuncias a las eléctricas harían visible la indignación ciudadana desde las primeras planas de los periódicos. Saldría inmediatemente en la tele y se les caería el pelo. Aquí... no se inmuta ni Dios. Ninguna manifestación, escasísimas referencias en los periódicos y absolutamente ninguna movilización ciudadana. ¿Que a uno se le va la luz? Se acuesta y hasta mañana. ¿Que vuelve? Un aplausito y a seguir con la vida.
Más resultados colectivos: disturbios callejeros y violencia nocturna. En la noche, unos cuantos descerebrados pegan tiros, queman neumáticos, rompen botellas y, atención, tiran piedras a todas partes. Se podría pensar que es a la planta eléctrica, a algún jefe o así, pero no, es a otra gente, a la casa de un vecino, a un coche que pasa... Es como que tienes ganas de tirar una piedra, y dices ¿a quién?, ah no sé, yo la tiro...
Gilipollas.
Total, que la pobre gente, que nada tiene que ver, tiene miedo de andar a última hora en la calle por si le cae un botellazo o en el colmo de la mala suerte se come un tiro que no iba con ella. No exagero, ya son varios los que han muerto por balas "perdidas".
Obviamente, este problema, además de a la gente, afecta a los negocios, a los que se les impide prosperar. En la gomería (a la que voy casi dos veces por semana a llevar la guagua), me han despachado a media tarde con un "no tenemos luz". ¿Cómo va a salir este país adelante con una rutina semejante? También en la Nocturna nos echaron antes por miedo a encontrar problemas.

Las consecuencias son muy variadas, es difícil cuantificar los efectos psicológicos y las pérdidas de las empresas, tanto de clientes como de daños a equipos para los que es imposible el derecho a reclamación. La impotencia ya se ha instalado como un cáncer en este pueblo, que se me presenta cansado y acostumbrado, aceptando su destino. 
Ésa también es parte de la pobreza por cambiar.