domingo, 15 de noviembre de 2009

Mejor mañana

No escribo porque esté contento; escribo porque estoy eufórico.
Hago un repaso de todo lo que hoy me llena de alegría, y cuanto más pienso, más ridículo me siento. Son cosas tan insignificantes, que verbalizarlas me haría más tonto de lo que ya estoy. Por poner un ejemplo, que el desagüe de la ducha de mi habitación siga tragando el agua después de ser reparado tras semanas de ver día tras día que el agua no corre. Seguiría todo en esta línea, así que me abstengo.
¿Qué me pasa?
También puede ser porque hoy hemos tenido sesión de formación de los jóvenes monitores del Calasanz nos une, ésos que me quitan tanta vida como me la dan. Ésos que hoy me acusan de todos los males y mañana me quieren santificar, que preparan los campamentos con desidia o brillantez según sople el viento, que me inspiran o me entierran. Los días de formación son duros (de 10 de la mañana a 5, sin siesta, comida incluida), y requieren mi 100%. Son un vaivén de sensaciones para el que uno nunca está suficientemente preparado, por mucho que se planifique. A veces vienen muchos muchachos, otras pocos, a veces más guerreros, otras encantadores. Lo más duro es la continua sensación de fracaso, a la que me tengo que reponer constantemente, cada vez con más velocidad, tanta que a veces dura lo que dura el sentimiento.
Acabo exhausto, pero contento, incluso con las decepciones. ¿Qué me pasa?
Me pasa que me siento vivo, que de repente las cosas encuentran solas su sitio, y todo vuelve a encajar. Y entonces miras las nimiedades de la vida y te parece que te hacen la vida más fácil, que te acompañan en este camino.
Mañana vuelven los mosquitos y las carreras de cucarachas, los robos en la oficina, los problemas con internet, los exámenes por corregir, las notas por poner, y la misma sensación de fracaso por superar. Pero eso ya será mañana.