Voy a tratar de ir poniéndome al día en este olvidado rincón de mi memoria. Creo que siento que todo carece un poco de importancia, y que mis pequeñas cosas son más intrascendentes que nunca. Se produce el hecho de que al repetir ciclo, algunos eventos son los mismos. La Semana Cultural (que como siempre aporta movimiento y frescura), la peregrinación a Cumayasa (con su divertido paso por todos los barrios), el intenso final de curso... Estoy contento pero a la vez más resabido, tratando de encontrar la sorpresa que ahora es serena y cotidiana.
Lo que poco esperaba fue estar casi de un día para otro de paseo por Broadway, en New York City, un regalo impredecible. Y así fue cómo las circunstancias precisas se dieron y la confluencia planetaria dio con mis huesos en la capital del mundo, la ciudad que nunca duerme. No voy a explicar mucho más de lo que sabemos: mezcla de gentes, oda al consumismo, ritmo frenético pero espacio para la melancolía. Uno puede encontrar aquello que busca. Yo buscaba saciar mi ansiedad de redomado urbanita, y lo pude lograr, saltar en el tiempo y el espacio, darme un baño de estímulos que venía necesitando para sentirme de nuevo atento a todo. Y volver, reubicar, recuperar lo esencial de mi vida aquí, con más ganas y consciente del momento.
Ha sido muy divertida esta escapada, que le debo a mi gente, la de siempre, con la que me siento tan suelto como impertinente, tan sincero como pesado. Tan yo, con todos mis contradicciones, que no son pocas. Gracias.