miércoles, 27 de mayo de 2009

Ida y vuelta al primer mundo

Voy a tratar de ir poniéndome al día en este olvidado rincón de mi memoria. Creo que siento que todo carece un poco de importancia, y que mis pequeñas cosas son más intrascendentes que nunca. Se produce el hecho de que al repetir ciclo, algunos eventos son los mismos. La Semana Cultural (que como siempre aporta movimiento y frescura), la peregrinación a Cumayasa (con su divertido paso por todos los barrios), el intenso final de curso... Estoy contento pero a la vez más resabido, tratando de encontrar la sorpresa que ahora es serena y cotidiana.
Lo que poco esperaba fue estar casi de un día para otro de paseo por Broadway, en New York City, un regalo impredecible. Y así fue cómo las circunstancias precisas se dieron y la confluencia planetaria dio con mis huesos en la capital del mundo, la ciudad que nunca duerme. No voy a explicar mucho más de lo que sabemos: mezcla de gentes, oda al consumismo, ritmo frenético pero espacio para la melancolía. Uno puede encontrar aquello que busca. Yo buscaba saciar mi ansiedad de redomado urbanita, y lo pude lograr, saltar en el tiempo y el espacio, darme un baño de estímulos que venía necesitando para sentirme de nuevo atento a todo. Y volver, reubicar, recuperar lo esencial de mi vida aquí, con más ganas y consciente del momento.
Ha sido muy divertida esta escapada, que le debo a mi gente, la de siempre, con la que me siento tan suelto como impertinente, tan sincero como pesado. Tan yo, con todos mis contradicciones, que no son pocas. Gracias.

martes, 12 de mayo de 2009

Surrealismo dominicano

Son casi las 2 de la mañana. Me pongo a escribir después de que un helicóptero haya sobrevolado a pocos metros del tejado de la casa y me haya desvelado con el fuerte batir de sus hélices, que aún llevo incrustadas en los oídos. Estaba pasando en la computadora algunas de las notas de los exámenes mensuales, y se ha acercado de pronto un ruido ensordecedor. De repente han llegado camiones de los que han bajado policías, que corrían de un lado para otro con sus armas. Temiendo recibir algún tiro, he apagado todas las luces, incluso la misma computadora, no fuera un blanco fácil con el blanco fulgor de la pantalla. Y he agachado la cabeza, esperando que cayera sobre mí el aparato y acabar mi vida aplastado. Se ha acercado al patio del colegio, ha bajado y vuelto a subir. Y después de 10 minutos de dudas, yendo y viniendo, y los policías corriendo, yendo y viniendo, se ha alejado hasta devolvernos de nuevo el silencio sepulcral de la noche. Parece que estaban tratando de soltar algún paquete de droga, según ha comentado el guachimán del cole al guachimán de la parroquia. 
Es muy divertido este país, tiene escenas muy surrealistas. Se me ocurre también otra. Estaba estos días en Salud Pública visitando un niño. Salud Pública (o lo que trata de ser un Hospital Público de la Seguridad Social) es surrealista toda ella, en medios, personal, ambiente... Todo son despropósitos, que claro, cuando se tratan de salud, duelen más. Gente por los pasillos, desatendida, médicos que no aparecen, condiciones poco saludables, un ambiente de mercado. Y para añadir más diversión, los predicadores, los salva-almas. No puedo con ellos. En la sala donde yo estaba, con 8 camas de niños y madres (y ningún lugar donde sentarse), fueron llegando cada media hora. Repartían unos papelitos, levantaban la mano y empezaban a vociferar, acompañados por el coro de gente que estuviera por allí. Con los niños allí medio maluchos, y ellos gritando sin tregua. 
Hay que tener mucha paciencia cuando uno se pone enfermo, pero mucha más para superar todo esto.