lunes, 23 de febrero de 2009

MIRes (II)

Primera semana de los médicos por aquí, y ya son de casa.
Están cada vez más sueltos y parecen disfrutar de los detalles con los que uno se va encontrando por el camino, y que tanto sentido dan a todo esto.
La ventaja con la que cuentan es que, a diferencia del verano, en este momento del año todo está en pleno funcionamiento y pueden integrarse en la rutina normal y habitual. Les sorprende, como a mí, la velocidad de la vida, la cantidad de actividades con las que uno se encuentra (si quiere) y lo apetecible de todas ellas. Se encuentran con la gente, la que vive el día a día, la que sufre dolencias y sufre también la precariedad de los medios. Y luego pueden también vivir una espiritualidad más cotidiana, de ir por casa.
De momento, siguen en adaptación. A mí me costó mucho más de una semana (más de unos meses, e incluso aún me estoy adaptando). Los pobres salen de 6 meses dejándose la vida en el asiento de una biblioteca, y los ojos en los millones de respuestas de tipo test sobre millones de excepciones patológicas y dolencias extrañas. De repente su mundo se amplía e incluso da un giro, llenando la cabeza de otras preocupaciones más terrenales que llegan empujando fuerte por los sentidos. De repente los apuntes son personas, y los casos de estudio gente de verdad que sufre. 
Paciencia, calma y una Presidente, es la mejor receta para abrir las entendederas.

martes, 17 de febrero de 2009

MIRes

Ayer lunes llegaron a estas tierras dominicanas 3 médicos recién examinados del examen del MIR. Son antiguos alumnos de escolapios, y pasarán un mes entre nosotros, viviendo en Casa Betania. Van a colaborar en el Proyecto de Salud (dispensarios, promotores de salud) y en un operativo médico en el colegio de San Pedro, junto con Bea. También conocerán y participarán en la medida de lo posible de otras actividades, como el "Calasanz nos une" de La Romana y La Puya, iniciativas parroquiales y colegiales, y por qué no, alguna que otra excursión.
Esperemos que conozcan, se dejen conocer, se mezclen con nuestra gente y disfruten con nuestra rutina y nuestros niños, para poder compartir, además del tiempo, nuestras mismas ilusiones.
Ellos llegan con ganas de colaborar y con una actitud de acercamiento sincero. Esperemos que se sientan satisfechos y vean recompensado su esfuerzo.

domingo, 15 de febrero de 2009

Lo inesperado

Los regalos, cuando no te los esperas, se disfrutan mucho más.
La fortuna me regaló entrada al concierto de Juan Luis Guerra el sábado en Santo Domingo. Así, casi sin esperarlo, me encontré en el estadio de la capital acompañado de gente cercana al Calasanz y más de 50.000 seguidores del cantante dominicano.
Debo confesar que en mis tiempos mozos yo fui fan de este hombre de casi dos metros y sonrisa perpetua. Sus ritmos caribeños de tamboras y otras percusiones agitadas alteraban mi sistema neuronal y el ritmo de mis pies. Recuerdo buscar visa para un sueño, y resucitar la abeja al panal. Recuerdo haberle escuchado areíto en los cascos mientras refrescaba mis doloridos pies en un riachuelo del camino de Santiago, allá por el 94, y se convirtió varios años en parte de la banda sonora de mi vida desde un walkman Sony que rebobinó sus cassetes 500 veces. Hasta fui a un concierto en Valencia, en la plaza de toros, del que recuerdo especialmente dos llamas de fuego saliendo por los laterales del escenario. Fue mi primer gran concierto, y yo estaba impactado. Juan Luis era Dios.
Después, yo crecí y él sacó algún disco algo más comercial que disfruté a medias, con la inercia de ilusión de otros tiempos. Así que cuando anunció su retirada, me dolió, pero lo justo.
Unos años después, reapareció con canciones y alabanzas a Dios a ritmo de merengue. Me enteré que era evangélico y vivía dedicado a sus iglesia, así que aproveché para aparcarlo en algún rincón innecesario de la memoria. Y se acabó el mito.
Recién llegado aquí, me enteré que había sacado disco y me lo copié algo desconfiado. Lo escuché y me gustó, así que, despojado de juicios de antaño, volvió a ser parte de mi música, y más ahora que estaba compartiendo su país y su gente dominicana. 
El sábado volví a reencontrarme con aquello que me hacía disfrutar. Su música, su percusión, la poesía de las letras cercanas, amables. Es innegable que el hombre tiene talento, y a pesar de los años se mantiene actual e intemporal, digo yo que como ABBA o Michael Jackson (disculpen la licencia de crítico musical). 
En fin, que aunque el sonido no fuera bueno y de tan lejos que estábamos el cantante de casi dos metros era una hormiga difusa, disfruté este regalo tan inesperado con la ilusión devuelta. Y en algunos momentos, con toda aquella gente entregada y la temperatura perfecta (de brisa caribe fresca y limpia), creo que rocé algo parecido a la felicidad. De esa de tener los sentidos al 100% y sentirte tremendamente agradecido.

Hoy domingo he estado con los jóvenes del "Calasanz nos une" de La Puya, con los que sigo en formación mensual. Llevan dos semanas haciéndome volver a La Romana de vacío, pues no se ha dado el campamento o la formación por motivos varios (un crimen en el barrio, una novena a un fallecido, la lluvia). Mi nivel de motivación estaba ciertamente bajo mínimos. Pero hoy les he visto allí, tan participativos, con su ingenuidad y sus obsesiones, pero con tanta verdad entre las manos, que me han supuesto un nuevo impulso. Aunque uno lo sabe, qué difícil es bajar las espectativas y dejarte sorprender, pero al mismo tiempo, ¿cómo relajarse cuando uno pone empeño en hacerlo bien? Misterios con los que seguir aprendiendo. Y regalos que seguir disfrutando.

[PD: Añado la canción con la que abrió el concierto]

jueves, 12 de febrero de 2009

¿Crisis? ¿Qué crisis?

Hay gente que pregunta si aquí ha llegado la crisis. A decir verdad, creo que no. O no ha llegado o nunca salimos de ella, en realidad estamos permanentemente en crisis. La oferta laboral es bastante escasa, y evolucionar profesionalmente se convierte en un sueño difícilmente realizable si uno no se acerca a la capital. La gente vive de lo que puede, de vender cosas (o "chiripas", a lo que se dedica el chiripero) o de remendar otras (todo tiene un arreglo). Quien tiene la suerte de tener un trabajo "digno", nunca sabe hasta cuándo puede durar (veo en las noticias del Canal Internacional que en España pretenden abaratar el despido. Aquí no está barato, es gratis).
Económicamente, como siempre. Ni macro ni microeconomía, aquí vendría siendo una minieconomía cuyas miras son al hoy, al ahora, a cómo me las buscaré para comer. En el colmado la gente compra para hoy, 2 cortaditas de salami, una cucharadita de tomate (que meten en una bolsita, donde ya se pierde por contacto con el "recipiente"), un puñadito de arroz. Me he preguntado millones de veces si no sería posible ensanchar las miras e invertir lo poquito de cada día en algo más grande en lo que ahorrar a la larga. Ya no sé si es tradición, cultura o costumbre. O incluso si es educable. Supongo que yo, que cuando voy al Jumbo puedo llenar el carro, no me puedo poner en su lugar.
De todas formas, económicamente hablando veo lo que vivo. La obra escolapia vive en la cuerda floja del equilibrio presupuestario, rezando para que los niños paguen el colegio cada mes (último de los pagos que hacen con lo que cobran) y tratando de tapar agujeros, siempre con el temor de que llegue cualquier gasto extra que desbarate tal equilibrio (ayer mismo robaron la batería de la guagua, aparcada en el recinto parroquial, ¡qué miseria!). La inquietudes económicas se convierten entonces en el pan de cada día y, pese a mi disgusto, empapan muchas de las decisiones del funcionamiento habitual. La utopía entonces se rompe un poquito, o adopta una forma más realista, quizá.

Parece que por fin cesaron las lluvias y eso es una buena noticia. 

domingo, 8 de febrero de 2009

Hoy me reconozco cansado. Un poco de todo y de todos. No es un sentimiento que me torture o que exprima el alma, pero coagula la sangre y me deja frío, distante de la piel que me envuelve. Hoy no resisto a un ambiente duro, que me obliga a recomenzar cada día. Al recambiar las pilas, las encontré oxidadas. Y me lamenté, porque no me permito errores. Hoy es un día no.
Así que levanté la mano, apunté con el mando a la tele y dejé que se apagara. La luz roja quedó prendida, sola, en la oscuridad. Y yo no puedo apartar mis ojos de ella. No.

domingo, 1 de febrero de 2009

Barniz

Te levantas por la mañana y prendes la radio. Un predicador evangélico sermonea en un tono vehemente, casi hiriente, increpando en las hondas que martillean con dureza los oídos. De las 5 ó 6 emisoras que se reciben, la mitad son de predicadores (la otra mitad, bachata o reggaetón). Prendes la tele. En algunos de los canales del cable encuentras más telepredicadores con públicos vitoreantes y manos alzadas, y algún que otro sacerdote católico o monja que monologa, enfundada en su hábito, en un tono más sereno, incluso soporífero.
Tomas un carrito y está cantando cualquier artista una balada hipermegapringosa que, claro está, se refiere a Dios, a su infinito poder aleluya Gloria a Dios. El carrito pasa frente a una iglesia de alguna de las múltiples sectas, en la que predican micrófono en ristre y a través de unos potentes equipos de sonido que el final del mundo se acerca.
Si vas al gomero a arreglar una goma de guagua, allí sigue la prédica. Si te fijas en la carretera encuentras carteles con referencias pseudoreligiosas, o guaguas que siempre te anuncian la llega de Cristo o que Dios te observa y te perdona, desde alguna frase pegada al frente o atrás de estilo enrevesado y muchas veces plagadas de faltas de ortografía. 
Si te dan un papelito por la calle, posiblemente sea para decirte que Cristo vive y quiere perdonar tus infinitos pecados si te arrepientes y le alabas.
Ves imágenes religiosas (casi siempre de Cristos lacerados, sangrantes) en salvapantallas de celulares, en colgantes de cuello, en anuncios de prensa.
Encuentro referencias a Dios en mis exámenes de Calidad Hotelera, en las conversaciones sobre economía o política y en cualquier ámbito por alejado de la religión que parezca. Ves citas bíblicas descontextualizadas en colmados y salones de belleza, junto a las botellas de ron o los alisadores de pelo.
Algunos días no puedo con tanta saturación pseudoreligiosa, me enchufo los cascos y me pongo música, cuanto más profana, mejor.
No es tanto por el entorno en que yo me muevo (ciertamente parroquial), sino que verdaderamente está en cualquier rincón, tanto físico como mental. Este pastiche lo envuelve todo como un barniz pringoso y pesado, dando un falso brillo y poco contenido real al mensaje de Dios. Y me duele que habitualmente no sea más que eso, decoración, imagen, forma de hablar y de expresarse. Que se quede en superficie, penetrando poco o nada en un planteamiento vital, en la forma de vida. 
Posiblemente mi manera de entender la fe, interior, de relación espiritual con Dios, tenga mucho que ver en esta apreciación. Posiblemente es cultural, y yo, por mucho que lo intente, no soy de aquí. Trato de entenderlo e integrarlo, pero trato también de empujar por otra cosa, el despojarse de capas espirituales y vivir un evangelio cotidiano.

[PD: Música actualizada con un hit bachatero]