domingo, 18 de enero de 2009

Cooperación

Aprovechando uno de mis viajes a la capital para la formación de monitores de La Puya, quedé con una excompañera de unos de mis extrabajos. Ella, que se había enterado por un excompañero común de mi "cambio temporal de profesión", vive en Santo Domingo desde hace algún tiempito y se dedica al tema de la cooperación.
Estuve conversando con ella y con un grupo de amigos, todos españolitos, todos jóvenes y preparados, y todos dedicados profesionalmente a la cooperación internacional. Uno voluntario de Naciones Unidas, otro del programa que gestiona recursos de la Unión Europea, el otro haciendo auditorías sobre Financiación y Gestión Responsable.... en fin, todo gente importante. Resultó muy curioso todo aquello. Eran personas interesantes, con una cierta inquietud social y con un nivel profesional y cultural apreciable. A pesar de reconocerme conectado con ellos, me sentí como de otro mundo. Y, por qué no, me sentí también algo incómodo al oírles hablar. No porque no fueran buena gente, sino por esa imagen de "solidaridad de lujo" que me estaban proyectando. 
Posiblemente sea un problema mío. Me cuesta por ejemplo hablar u oír hablar de salarios, de que si se paga mal, de que si merezco más por la capacitación que tengo. O también del congreso sobre voluntariado, o de si fue tal o cual político... hablaban como si fueran íntimos de algunas personalidades. Yo entiendo que en el tema de la cooperación, como en todos, hay que formarse, buscar una progresión profesional, tener aspiraciones salariales altas, en fin, buscar las mejores condiciones posibles... pero claro, en un tema en el que entra tanto la parte altruista y el ejercicio de humanidad y entrega personal, todo este lenguaje y a veces concepción materialista me chirría mucho más. Y digo esto contando con varios amigos y gente cercana dedicada a estos temas. No pretendo juzgar, sólo expresar una sensación que en ese momento me inquietaba.
Al mismo tiempo, me resultaba atrayente y me recordaba planteamientos de mi "vida anterior", en aspectos tales como los viajes, las exposiciones, las cenas con amigos lejos de tu casa... Así que por un momento fui uno más tratando de vivir fuera de casa una nueva experiencia de conocimiento del mundo, de los demás y de mí mismo. 
Obviamente comenté sobre mi experiencia, pero en realidad era lo menos importante. Y aproveché también para hacer publicidad de los proyectos, hasta que me di cuenta que me estaba acercando a la patología llamada "Ver de dónde se puede sacar". Y decidí relajarme. 
Hablamos de otras muchas cosas, de alquiler de pisos y lo mucho que se aprovechaban de ellos, de la crisis, de la situación española... Pero poco hablaron de lo que personalmente les compensaba de todo esto, de qué les aportaba estar en un sitio como éste. Claro, mi experiencia allí resultaba algo extraña, aunque yo también me dedique a la, pongamos, "cooperación internacional" (¿o no?). Creo que a sus ojos resulté como de otro planeta y, en definitiva, un poco tonto. 
Eso sí, el sitio era bien bonito, moderno y agradable, lugar habitual de encuentro de otros cooperantes, según dijeron. Dominicanos creo que no había ninguno, y si los había desde luego no eran como los que suelo encontrar en La Romana.       

miércoles, 14 de enero de 2009

Fluir

La noche fuera está fresca. Acaba de llover una lluvia corta y distante, como la sirena del tren de la caña, que pasa, y avisa de que se va lejos, lejos, con su caña a otro lugar. La noche fuera está fresca, como noche de verano que refresca, no se mueve ni el viento que también se mudó. Se siente el silencio, y me siento yo a oír el cricri cricri cricri que, en el silencio de la noche fresca, indica al menos que la noche no está muerta.
La manga corta es corta, y un jersey demasiado largo. La sirena vuelve larga larga a recordar que el tren se va. Y yo vuelvo a mí, al cricri cricri que llevo dentro, que me indica que no estoy muerto. Porque en medio de toda esta sinfonía de menudeces, tengo la sensación de que todo está en su lugar. Todo fluye en un orden natural, todo va encontrando su sitio, como el tren el suyo, y yo busco cómo disfrutar de este momento especial con el que me he encontrado sin querer. Hay días que parecen estar hechos a medida, que las piezas encajan en un sincronismo sin estridencias, sin sobresaltos. Cualquier movimiento, que no es medido sino espontáneano y leve, parece tener un principio claro y acabar en su punto definido, guardando una coherencia en el mapa de las coherencias del día. 
Hoy resuelvo cosas, embasto otras y dejo preparado el terreno para más. Pequeñas migas de rutina, intrascendente, olvidable. Sin estridencias ni sobresaltos, dejándome caer al suelo como agua que salpica y moja, que discurre sin romper nada, sólo acariciando. Hoy tengo el punto de lucidez suficiente para reconocerme en el lugar preciso y el momento adecuado. Como una confluencia del estado vital, aquí dentro, con el curso normal de los días, ahí fuera.
El cricri no cesa, el aire mueve un vaso en el suelo que rueda un poco y se detiene. De fondo, un bebé llora. Es el retazo de humadidad que me devuelve a la certeza de no estar muerto.

viernes, 9 de enero de 2009

Ojos (II)

En el descanso en medio de una espesa y pringosa corrección de exámenes, os enseño otro par de ojos, reflejo de una alegría expresiva. Esta vez son nicaragüenses, creo que lo puede notar quien haya estado por allá. Me los envía mi hermano desde Managua. Espero que os gusten.

miércoles, 7 de enero de 2009

Los otros proyectos aparcados

Siguiendo la tradición dominicana de pintar en Navidad (la gente da color a las fachadas de las casas), y tratando de hacer en vacaciones alguna de las cosas que me prometo hacer durante el curso y nunca hago, me propuse pintar algunos muebles. Necesitaba un poco de alegría en una casa que resulta un tanto oscura, así que me eché a los colores fuertes, como los de esos cuadros de pintura haitiana.
De repente comencé a darme cuenta que, a pesar del esfuerzo y mi poca destreza en el arte del pincel, el espacio empezaba a adquirir un nuevo carácter. Sean acertados o no los colores (la combinación de los mismos nunca ha sido mi fuerte), hacen que pueda sentir un poco más propio mi propio mundo. Y parece que todo ha cambiado un poco. Alguien va a tener que parar esta fiebre de aguarrás, botes mal cerrados y manchas en el suelo, porque ahora voy tan desaforado que me lo pinto todo.  
Y esto me hace pensar en la cantidad de cosas que dejamos aparcadas y que se quedan en intentos o proyectos, mal enredados en sueños de noches agitadas. 
Estas Navidades huelen a pintura reciente, a exámenes por corregir y siempre pendientes, a improvisadas comidas con vino tinto, a chocolate y algo de turrón. Huelen a algo de lluvia y noches frescas, a siestas y pereza.
Los días se fueron con las prisas con que llegaron. El Niño nació y en breve se nos va de casa. Las lluvias cesaron. Por fin ha empezado el curso, devolviéndome a los alumnos, a los exámenes por corregir y siempre pendientes y a los intentos de proyectos aparcados. A la vida, en fin.
(En la foto, el gato flipando conmigo. Y la razón de la ausencia de ratas. ¿Para siempre?) 

lunes, 5 de enero de 2009

De olvidos y errores

Estoy viendo los niños muertos, cadáveres de blanco y sangre que se asoman impúdicamente a la portada de los periódicos. No sé si siento pena o tristeza, o ambas. Conflictos absurdos e innecesarios en la era digital de las comunicaciones y la globalización, en la que seguimos sin saber comunicarnos ni sentirnos globables. Veo que las guerras no son de broma, ni los objetivos militares las únicas víctimas, ni que sólo abaten a "los malos". Hoy los juguetes que reciben estos niños son balas de verdad. Ellos son "errores de sistema", "errores de guerra necesarios".
Y sigo viendo que no hay reuniones de urgencia en las altas esferas, o voces autorizadas que monten en cólera. No escupen denuncia desnuda, como sí la escupen los cadáveres de blanco y sangre. No veo a los cristianos movilizarse, ni al Papa apuntar con el dedo mostrando su indignación, que es la nuestra. Aunque confío en la oración y sé que estamos empujando, necesitaría un signo externo de que estamos ahí, de que nos hacemos presentes, de que el mundo nos importa. Porque nosotros sí somos globales, y el dolor de un niño en Gaza es también el mío, aunque ni siquiera lo conozca.

A pesar de todo lo que siento, sé que cerraré mi portátil y con él la ventana al mundo. Mi día quedará atrás como huella difusa. Y en breves momentos el sueño habrá cubierto de un espeso olvido todo lo que me hacía sufrir 5 minutos antes.