lunes, 27 de octubre de 2008

Navidad caribeña

Dicen por aquí que octubre ya es casi casi Navidad. De hecho, la Navidad dominicana es de octubre a febrero, según dicen, pero yo he constatado que el mismito 1 de enero ya están arrancando a toda prisa los adornos que desde ahora empiezan a poblar las casas. Y es que de ilusión también se vive.
El centro comercial por excelencia, JUMBO (que viene a ser el Carrefour dominicano, un oasis para el turista de limpieza y orden al estilo primer mundo), tiene ya pasillos repletos de estantes con ornamentos de todo tipo, árboles, bolas y decoraciones, en un despliegue de barroquismo repetido anualmente. En las casas la gente ya saca sus ristras de bombillos llamativos, y la noche empieza a vestirse de destellos intermitentes.
En medio del calor caribeño, este sentir festivo se me antoja como fuera de lugar y de tiempo, anacrónico. Y, sin saber muy bien por qué, se me cuela en el cuerpo un sutil desasosiego vital.

domingo, 26 de octubre de 2008

Un año o más

Hoy, 26 de octubre, se cumple el primer año de mi llegada aquí. 
Es increíble, la sensación que sigo teniendo es de que llegué ayer. Pero no sólo en mí, sino en toda la gente que me rodea, la pregunta es la misma: ¿ya? Pues sí, hermanos, ya se ha completado un ciclo. Y es que el tiempo corre. 
Al principio los días eran lentos y las horas no encontraban su hueco en el engranaje pesado del tiempo. En noviembre traté de ubicarme, de llenar mi horario de cosas y de repente llegó Navidad, nueva, distinta y rara. Las clases en enero me sacaron de la ponzoña y surgieron las actividades como hierbas en el jardín. Empecé a comprender que estaba equivocando las conclusiones, e hice borrón y cuenta nueva. La vida fue cogiendo velocidad, y de repente el tiempo era un tren desbocado, incontrolable. Llegué justo para prepararme para Pascua, y de nuevo parón y acelerón. Estando en el intento de control, llegó el verano de sorpresa, y pasó como una apisonadora alterándolo todo, y queriendo esperar al siguiente. Calma, calma, me decía.
Septiembre llega y el curso me pilla con el uniforme por lavar y amigos que atender. Por fin con octubre la vida se instala en la rutina y avanza, llenando de detalles cada semana.

El balance es bueno, aunque posiblemente mejorable, como todo. Me encuentro bien, con ilusión. He hecho de este lugar y esta gente mi sitio. Vivo con planes de ahora, de luego, del mes que viene, del curso. 
Mañana Dios dirá, pero al menos hasta aquí hemos llegado. Toco mare.

domingo, 12 de octubre de 2008

Y venga la fiesta

Esto es una novedosa experiencia de narración en tiempo real.

11:30. Empieza a juntarse la gente. Y, claro está, empiezan a comer.

11:45. Arranca la música y con ella el cacao. A ver si hago el recuento. Viene a ser: arroz blanco o con guandules (lo que se llama “moro”); pollo horneado; sancocho (que es un cocinado como nuestro “puchero” a base de carnes varias, patata y otras verduras); habichuelas con dulce, y algunos tipos de carne que no logro calificar. Además, para regar todo esto, bebidas no alcohólicas como piña colada (sin ron) y refrescos varios (entre ellos, Kola Real – que es una pseudo coca-cola más barata-, refresco de uva y lo que llaman “rojo”, que es como un jarabe con gas, triunfador de todos los encuentros que se precien).

Este menú, anunciado a grito pelado y con un fondo de música merengosa, o religiosa, o merengoreligiosa, se podría considerar la banda sonora de una kermesse. Las kermesse aquí son el pan de cada día, y no hay fiesta patronal, semana de festejos o evento cultural de renombre que no tenga al menos una, y a veces dos. Suelen tener como fin recoger dinero para algún fin concreto (o como fondo económico), pero al final no es más que una excusa para comer y beber, que es, junto a la música, lo que más le gusta a los dominicanos. Esto lo explicaré otro día, la influencia de la comida y la bebida en la gente, es mucha y poderosa.

Este jolgorio discurre a 10 metros de mi casa. Es lo que tiene vivir en el mismo recinto de la Parroquia. Estamos en las fiestas patronales, que acaban mañana (han durado toda la semana), y hoy domingo es el plato fuerte de la kermesse. Suele durar todo el día, y es bien bullosa y divertida, porque te encuentras con la gente, te paseas de aquí para allá, comes, saludas a otra gente, vuelves a comer, participas en algún  concursito, te haces un dómino y comes de nuevo. La de hoy es bastante sencilla, pues muchas veces hay distintos tipos de concursos, alguna zona de baile, comidas tradicionales, tómbolas y venta de objetos de segunda mano.

En principio, una kermesse es para gozarla. Pero cuando tienes 200 exámenes y 66 trabajos por corregir, se puede volver contra ti para convertirse en un verdadero infierno. Así que yo hago correr la tinta de mi lapicero rojo mientras hago un ejercicio de respiración y autocontrol.

12:20. Anuncian el concurso de dómino. Si constatamos el poco éxito que estoy teniendo en la corrección, creo que sería una más acertada forma de pasar el rato. Mantengo la calma invocando a mi karma, que parece haberse ido a echarse unos bailes.

 13:00. Después de un rato de correcciones, salgo por fin a unirme a la masa festiva, porque tengo hambre y sueño. Los exámenes pueden esperar. Además, empiezo a estar desquiciado. Busco qué comer, y me pierdo en el mar de ensaladas de pasta, arroces y sancochos varios, que poco después disfruto junto con algunos de los jovencetes de la parroquia. Y como no hay comida sin siesta, unos minutos después ya estoy en mi camita, para disfrutar de la siesta de domingo.

14:00. Me levanto malhumorado, no he podido dormir con tanto grito de números vociferados. La doña del micro disfruta dando gritos, que combina con canciones. Ese bingo echa humo. Un café y a los exámenes.

14:40. Dios mío, cómo es posible disfrutar tanto cantando números.

15:30. Avanzo a duras penas, y tengo la cabeza como un tambor que repica respuestas vagas y rebuscadas a preguntas concretas y sin dificultad. Aunque el nivel sonoro ha descendido de forma apreciable, sigue habiendo gente comiendo y jugando, y yo aquí dentro sufriendo.

16:30. Ya no puedo más, y decido hacer el descansito de media tarde. Me voy para allá, me pido un jugo de chinola y me entrego al juego, que la vida son dos días. Me compro cartones de bingo como para pasar la tarde entera. Es bien divertido un  sencillo bingo de domingo, aunque la suerte no me acompañe.

Hay unas pequeñas nubes en el horizonte.

17:00. La gente empieza a comentar que va a caer una buena, y a mí me parecen avisos alarmistas. Unos minutos después, confirmando los peores pronósticos, empieza a caer un fuerte chaparrón, la gente huye despavorida (otro día hablaré del efecto de la lluvia en los dominicanos), yo recojo mis cartones de bingo y me refugio en una de las casetas y, aunque la puerta de casa está a 30 pasos, allí me quedo, lamentando mi mala suerte.

Quince minutos después la lluvia ha cesado por completo, pero no queda ni un alma en las inmediaciones de mi casa. Me he cambiado, se me ha ido el sueño y el mundo fluye en paz tranquilidad, y es entonces cuando yo, frente a la mesa poblada de exámenes en rojo, celebro mi bendita buena suerte. 

  

martes, 7 de octubre de 2008

De vuelta

De nuevo en casa.

Estoy bien contento de estos días de semidescanso mediotrabajo, de conocer los lugares escolapios de Nicaragua, tantas veces comentados en conversaciones, para tratar de encontrar semejanzas y diferencias en el aspecto educativo no formal. Me ha servido para hacerme una idea más global del trabajo de los escolapios, y de sentirme posiblemente más parte de ese conjunto. Porque sigo constatando que los diferentes lugares andamos por distintos pasillos de la misma casa de la educación integral de niños y jóvenes. Encontrarnos pues en la cocina,  hacernos unos cafés y charlar un rato, sin preguntarnos si somos religiosos o laicos, se convierte en un placer para los que tenemos el mismo tema de conversación.

Nicaragua es un país sencillo, herido y cansado, y sus gentes me resultan cercanas y serenas, acostumbrado a los excesos (para lo bueno y lo malo) de los dominicanos.

En León he disfrutado de una obra muy popular, inevitablemente marcada por la presencia de Sutiava ante la puerta del Colegio, como el niño que espera para entrar a clase. El colegio imprime carácter, la casa de Comunidad es amable y fresca, pero vengo contento con la revitalización del Centro Cultural, el nuevo auditorio y la nueva casa de voluntarios, así como todas las posibilidades que esto ofrece a la educación no formal.

Managua es otra historia. Difusa en todo y en parte, aguanta como puede superando el pasado. El colegio resulta cercano en un entorno abierto, y la Comunidad (variada y cercana, en la que ya se encuentra mi hermano) vive dedicada a él, y ajena a lo demás porque realmente no necesita nada más.

 Por lo demás, sigo disfrutando como un loco de los aeropuertos, y mucho más en soledad. De pasear, de la eterna pulcritud de las tiendas, de los bien colocados que están los productos en los estantes, de lo bien que huele todo, de querer gastar sin tener, de sentirme controlando la situación, de ver gente arrastrando maletas llenas de historias, entre prisas, cansancio o desconcierto. Esto no justifica el billete, pero para mí supone un secreto aliciente.

Estos días me han servido para desconectar y ver mi trabajo de aquí con la perspectiva que da la distancia. Se muestra todo con más claridad, el objetivo, los medios, las dificultades. Y se convierte en fundamental la necesidad de estar siempre enfocando el rumbo para no desenfocarme en la inmensidad de minucias del día a día.

Y así fue cómo aterricé en la vida real.

Lo bueno, que el tiempo ha cambiado un poco y refresca más, y que en San Eduardo estamos de fiestas patronales.

Lo malo, la plaga de mosquitos (que después de las lluvias están más jodones que nunca); el renacer de la invasión de cucarachas (que pensaba exterminada para siempre); la posibilidad de tener un ratoncito en algún lugar de la despensa (según las huellas fecales que ha dejado); la imposibilidad de tener internet de forma estable y continuada; un nuevo pinchazo de rueda de guagua; la señal del celular ha desaparecido y no puedo llamar ni recibir; la habitual música del colmadón a todo volumen hasta las tantas de la noche; la compra por hacer; las clases, la pila de exámenes por corregir, las nuevas por preparar y las notas por poner.

En fin, lo de siempre, minucias del día a día…

viernes, 3 de octubre de 2008

Managua

Llueve en la difusa ciudad de Managua, en un invierno cualquiera. Y yo, como ella, ando también a medio perfilar, como brumoso, con los pies fríos. Me cuentan que en verano (de diciembre a junio) hace un calor de espanto, aunque no tanto como en León. Ahora es más fresco, tanto que me pilló desprevenido y ando aún medio pensando en los calores prometidos. Al final, eso de que aquí siempre hace calor es una leyenda urbana, como aquello de que en La Romana nunca llueve, y yo salí de allí hace diez días bastante inundado. Cosas del tiempo, o de las leyendas urbanas.

La ciudad, que vive a 11 km del colegio, fue brutalmente sacudida por el terremoto del 72, que causó destrucción y desánimo. Quienes lo cuentan afirman que el piso se movía ondulando como olas del mar, en sacudidas violentas, en las que la tierra se manifestaba de forma muy evidente. Y el ser humano se sentía muy poca cosa. Así, Managua entera se vino abajo y, estremecida, se dispersó arbitrariamente en edificios pequeños, que hoy en día le dan un aire de difusión y poca coherencia. Es extraña esta capital sin orgullo, dolorida y perdida, que se esconde para no ser descubierta.

El Colegio de los escolapios, situado en pleno centro, fue víctima del desastre. De él no quedaron más que ruinas, muertes (la de un religioso) y heridas graves en otros de ellos. Así que, tratando de emerger de nuevo sobre una tierra inestable y protestona, fue edificado en los 80, alejándose del centro y para elegir un nuevo nido entre brumosas montañas y campos verdes. Hoy en día es un conjunto de módulos de una planta arropados por una extensa arboleda, caminos adoquinados, montículos de césped y algunos coches, que vive ajeno al paso del tiempo. El conjunto tiene un extraño aire de intemporalidad.

Estos días, que serán pocos, vivo en el colegio, descansando sin grandes pretensiones. En breve vuelvo a casa..