lunes, 27 de octubre de 2008
Navidad caribeña
domingo, 26 de octubre de 2008
Un año o más
domingo, 12 de octubre de 2008
Y venga la fiesta
Esto es una novedosa experiencia de narración en tiempo real.
11:45. Arranca la música y con ella el cacao. A ver si hago el recuento. Viene a ser: arroz blanco o con guandules (lo que se llama “moro”); pollo horneado; sancocho (que es un cocinado como nuestro “puchero” a base de carnes varias, patata y otras verduras); habichuelas con dulce, y algunos tipos de carne que no logro calificar. Además, para regar todo esto, bebidas no alcohólicas como piña colada (sin ron) y refrescos varios (entre ellos, Kola Real – que es una pseudo coca-cola más barata-, refresco de uva y lo que llaman “rojo”, que es como un jarabe con gas, triunfador de todos los encuentros que se precien).
Este menú, anunciado a grito pelado y con un fondo de música merengosa, o religiosa, o merengoreligiosa, se podría considerar la banda sonora de una kermesse. Las kermesse aquí son el pan de cada día, y no hay fiesta patronal, semana de festejos o evento cultural de renombre que no tenga al menos una, y a veces dos. Suelen tener como fin recoger dinero para algún fin concreto (o como fondo económico), pero al final no es más que una excusa para comer y beber, que es, junto a la música, lo que más le gusta a los dominicanos. Esto lo explicaré otro día, la influencia de la comida y la bebida en la gente, es mucha y poderosa.
Este jolgorio discurre a
En principio, una kermesse es para gozarla. Pero cuando tienes 200 exámenes y 66 trabajos por corregir, se puede volver contra ti para convertirse en un verdadero infierno. Así que yo hago correr la tinta de mi lapicero rojo mientras hago un ejercicio de respiración y autocontrol.
14:00. Me levanto malhumorado, no he podido dormir con tanto grito de números vociferados. La doña del micro disfruta dando gritos, que combina con canciones. Ese bingo echa humo. Un café y a los exámenes.
14:40. Dios mío, cómo es posible disfrutar tanto cantando números.
15:30. Avanzo a duras penas, y tengo la cabeza como un tambor que repica respuestas vagas y rebuscadas a preguntas concretas y sin dificultad. Aunque el nivel sonoro ha descendido de forma apreciable, sigue habiendo gente comiendo y jugando, y yo aquí dentro sufriendo.
16:30. Ya no puedo más, y decido hacer el descansito de media tarde. Me voy para allá, me pido un jugo de chinola y me entrego al juego, que la vida son dos días. Me compro cartones de bingo como para pasar la tarde entera. Es bien divertido un sencillo bingo de domingo, aunque la suerte no me acompañe.
Hay unas pequeñas nubes en el horizonte.
17:00. La gente empieza a comentar que va a caer una buena, y a mí me parecen avisos alarmistas. Unos minutos después, confirmando los peores pronósticos, empieza a caer un fuerte chaparrón, la gente huye despavorida (otro día hablaré del efecto de la lluvia en los dominicanos), yo recojo mis cartones de bingo y me refugio en una de las casetas y, aunque la puerta de casa está a 30 pasos, allí me quedo, lamentando mi mala suerte.
martes, 7 de octubre de 2008
De vuelta
De nuevo en casa.
Estoy bien contento de estos días de semidescanso mediotrabajo, de conocer los lugares escolapios de Nicaragua, tantas veces comentados en conversaciones, para tratar de encontrar semejanzas y diferencias en el aspecto educativo no formal. Me ha servido para hacerme una idea más global del trabajo de los escolapios, y de sentirme posiblemente más parte de ese conjunto. Porque sigo constatando que los diferentes lugares andamos por distintos pasillos de la misma casa de la educación integral de niños y jóvenes. Encontrarnos pues en la cocina, hacernos unos cafés y charlar un rato, sin preguntarnos si somos religiosos o laicos, se convierte en un placer para los que tenemos el mismo tema de conversación.
Nicaragua es un país sencillo, herido y cansado, y sus gentes me resultan cercanas y serenas, acostumbrado a los excesos (para lo bueno y lo malo) de los dominicanos.
En León he disfrutado de una obra muy popular, inevitablemente marcada por la presencia de Sutiava ante la puerta del Colegio, como el niño que espera para entrar a clase. El colegio imprime carácter, la casa de Comunidad es amable y fresca, pero vengo contento con la revitalización del Centro Cultural, el nuevo auditorio y la nueva casa de voluntarios, así como todas las posibilidades que esto ofrece a la educación no formal.
Managua es otra historia. Difusa en todo y en parte, aguanta como puede superando el pasado. El colegio resulta cercano en un entorno abierto, y
Estos días me han servido para desconectar y ver mi trabajo de aquí con la perspectiva que da la distancia. Se muestra todo con más claridad, el objetivo, los medios, las dificultades. Y se convierte en fundamental la necesidad de estar siempre enfocando el rumbo para no desenfocarme en la inmensidad de minucias del día a día.
Y así fue cómo aterricé en la vida real.
Lo bueno, que el tiempo ha cambiado un poco y refresca más, y que en San Eduardo estamos de fiestas patronales.
Lo malo, la plaga de mosquitos (que después de las lluvias están más jodones que nunca); el renacer de la invasión de cucarachas (que pensaba exterminada para siempre); la posibilidad de tener un ratoncito en algún lugar de la despensa (según las huellas fecales que ha dejado); la imposibilidad de tener internet de forma estable y continuada; un nuevo pinchazo de rueda de guagua; la señal del celular ha desaparecido y no puedo llamar ni recibir; la habitual música del colmadón a todo volumen hasta las tantas de la noche; la compra por hacer; las clases, la pila de exámenes por corregir, las nuevas por preparar y las notas por poner.
En fin, lo de siempre, minucias del día a día…
viernes, 3 de octubre de 2008
Managua
Llueve en la difusa ciudad de Managua, en un invierno cualquiera. Y yo, como ella, ando también a medio perfilar, como brumoso, con los pies fríos. Me cuentan que en verano (de diciembre a junio) hace un calor de espanto, aunque no tanto como en León. Ahora es más fresco, tanto que me pilló desprevenido y ando aún medio pensando en los calores prometidos. Al final, eso de que aquí siempre hace calor es una leyenda urbana, como aquello de que en
La ciudad, que vive a
El Colegio de los escolapios, situado en pleno centro, fue víctima del desastre. De él no quedaron más que ruinas, muertes (la de un religioso) y heridas graves en otros de ellos. Así que, tratando de emerger de nuevo sobre una tierra inestable y protestona, fue edificado en los 80, alejándose del centro y para elegir un nuevo nido entre brumosas montañas y campos verdes. Hoy en día es un conjunto de módulos de una planta arropados por una extensa arboleda, caminos adoquinados, montículos de césped y algunos coches, que vive ajeno al paso del tiempo. El conjunto tiene un extraño aire de intemporalidad.
Estos días, que serán pocos, vivo en el colegio, descansando sin grandes pretensiones. En breve vuelvo a casa..