lunes, 29 de noviembre de 2010

De nuevo en casa

Hay dos premisas que manejo:
1. Me suelo encontrar bien en todas partes.
y 2. Tengo que hacerme un caso relativo
Si yo realmente diera crédito a todas las cosas que siento, sería realmente desquiciante. La gente que me conoce sabe que tiene que relativizarme, porque yo voy y vuelvo sin demasiada trascendencia, pero el resto corre el riesgo de quedar mareado con tanta vuelta.
Y de vueltas puedo decir que llevo mes y medio, primero Nicaragua, después Rep. Dominicana, y ahora ya en Costa Rica. El objetivo era lanzar la campaña de Navidad Solidaria, y comenzar a tomar el pulso de los proyectos sociales, y en algún caso, comenzar a diseccionarlos.
A Nicaragua es la segunda vez que voy, y ambas me he sentido como en casa. Me gusta la gente, me resulta tan desconocida como atractiva, tan misteriosa como cercana. León es tierra oscura que lame paredes blancas junto a puertas grandes, generosas y abiertas. Es gente en la calle que no se afana por el tiempo, es el calor que entra y toma posesión del ánimo, dejándote en una ponzoña constante. Todo camina a un paso suave, sin estridencias, y esa misma cotidianidad es la que me atrapa, y me hace fantasear con la idea de ser de allí.
Con Managua me reconcilié en este viaje, pues su recuerdo se disolvía en un vaso de agua, húmedo, difuso, intrascendente. Esta vez cobró un poco más de vida, la que se palpa en un colegio, con niños por todas partes con los que no tengo problemas para entenderme. Definitivamente, me sentí en Managua como en casa, ya decidido a pedir la nacionalidad nicaragüense. 
Y en cuanto a vida, la frontera entre Nicaragua y Costa Rica se muestra como una maraña de estímulos, una oportunidad para mirar y anotar todos los detalles, en un ecosistema completo compuesto por mujeres en puestos de comida, vendedores ambulantes, cambistas de divisas, autobuses que esperan, pasajeros que desesperan, maletas, cajas, y el sol que de nuevo se te pega por dentro. Y la misma pereza...
Es la escena principal de la película sobre el viaje entre Managua y San José en autobús, una odisea a la que acostumbrarse para hacer de esas 12h un trámite más, completamente desprovisto de sentimientos.
Todo queda olvidado cuando días después estoy de regreso a Santo Domingo, y ese baño de "dominicanidad" me lava de todo lo anterior. La gente, sus colores de piel, su forma de hablar, de expresarse, la bulla, el "todo vale", el lío permanente... Todo me resulta conocido y cercano, tan parte de mí como el olor a salitre y tráfico del Malecón, el sol inmisericorde del mediodía, el naranja de la tarde o la brisa suave de la noche. Todo se confabula para devolverme esa sensación de estar en casa, como en La Romana, como en todas partes.
Esa sensación de la que me quiero desprender, poco a poco, en el vuelo de camino a casa, la que me acoge y me recibe, ya en Costa Rica. Y como un niño arrastrado de la mano por su madre, avanzo con pasos lentos y miro atrás prometiendo que volveré a mi casa, aunque no sepa bien a cuál de todas ellas, y sabiendo que, en la que esté, seguiré añorando las otras.

Recomendación: la banda sonora de esta entrada corresponde a The Radio Edit, en Otras Músicas.