martes, 7 de diciembre de 2010

Días de Pascua

El tiempo por fin ha cambiado. Ya no llueve, e incluso el sol se atreve a salir todos los días, aunque sea acompañado de nubes. Nunca un cielo límpido e inmaculado.
También ha cambiado la temperatura, se ha vuelto más fría, especialmente por la noche. De todas formas todo compensa con tal de no ir empapado cada vez que sales.
Al final, el resultado me recuerda al tiempo de Pascua, un poco de sol que es generoso y claro cuando grita, o se muestra sombrío y distante en sus días de melancolía. El aire sopla también, dejando esa sensación de bienestar alterado, y trayendo recuerdos nostálgicos de mona y huevo, de panquemado y chocolate en tardes plácidas pero cortas, en mañanas expectantes de lo que serán sus nuevas horas.
Es la primera que se renueva o el otoño que envejece. Todo depende del pie con que me haya levantado.

lunes, 29 de noviembre de 2010

De nuevo en casa

Hay dos premisas que manejo:
1. Me suelo encontrar bien en todas partes.
y 2. Tengo que hacerme un caso relativo
Si yo realmente diera crédito a todas las cosas que siento, sería realmente desquiciante. La gente que me conoce sabe que tiene que relativizarme, porque yo voy y vuelvo sin demasiada trascendencia, pero el resto corre el riesgo de quedar mareado con tanta vuelta.
Y de vueltas puedo decir que llevo mes y medio, primero Nicaragua, después Rep. Dominicana, y ahora ya en Costa Rica. El objetivo era lanzar la campaña de Navidad Solidaria, y comenzar a tomar el pulso de los proyectos sociales, y en algún caso, comenzar a diseccionarlos.
A Nicaragua es la segunda vez que voy, y ambas me he sentido como en casa. Me gusta la gente, me resulta tan desconocida como atractiva, tan misteriosa como cercana. León es tierra oscura que lame paredes blancas junto a puertas grandes, generosas y abiertas. Es gente en la calle que no se afana por el tiempo, es el calor que entra y toma posesión del ánimo, dejándote en una ponzoña constante. Todo camina a un paso suave, sin estridencias, y esa misma cotidianidad es la que me atrapa, y me hace fantasear con la idea de ser de allí.
Con Managua me reconcilié en este viaje, pues su recuerdo se disolvía en un vaso de agua, húmedo, difuso, intrascendente. Esta vez cobró un poco más de vida, la que se palpa en un colegio, con niños por todas partes con los que no tengo problemas para entenderme. Definitivamente, me sentí en Managua como en casa, ya decidido a pedir la nacionalidad nicaragüense. 
Y en cuanto a vida, la frontera entre Nicaragua y Costa Rica se muestra como una maraña de estímulos, una oportunidad para mirar y anotar todos los detalles, en un ecosistema completo compuesto por mujeres en puestos de comida, vendedores ambulantes, cambistas de divisas, autobuses que esperan, pasajeros que desesperan, maletas, cajas, y el sol que de nuevo se te pega por dentro. Y la misma pereza...
Es la escena principal de la película sobre el viaje entre Managua y San José en autobús, una odisea a la que acostumbrarse para hacer de esas 12h un trámite más, completamente desprovisto de sentimientos.
Todo queda olvidado cuando días después estoy de regreso a Santo Domingo, y ese baño de "dominicanidad" me lava de todo lo anterior. La gente, sus colores de piel, su forma de hablar, de expresarse, la bulla, el "todo vale", el lío permanente... Todo me resulta conocido y cercano, tan parte de mí como el olor a salitre y tráfico del Malecón, el sol inmisericorde del mediodía, el naranja de la tarde o la brisa suave de la noche. Todo se confabula para devolverme esa sensación de estar en casa, como en La Romana, como en todas partes.
Esa sensación de la que me quiero desprender, poco a poco, en el vuelo de camino a casa, la que me acoge y me recibe, ya en Costa Rica. Y como un niño arrastrado de la mano por su madre, avanzo con pasos lentos y miro atrás prometiendo que volveré a mi casa, aunque no sepa bien a cuál de todas ellas, y sabiendo que, en la que esté, seguiré añorando las otras.

Recomendación: la banda sonora de esta entrada corresponde a The Radio Edit, en Otras Músicas.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Reírse de uno mismo

Hoy, como muchos otros días, salió un sol radiante que imponía una luz de brillo intenso y claro, y una temperatura cálida. Casi como un automatismo descontrolado, repasé mentalmente algunas de las posibilidades de paseo para la tarde, sin ser muy consciente de que, como muchos otros días, aquel sol no podía ser buena señal.
Efectivamente, como suele ser habitual, hacia las dos del mediodía (en realidad hoy eran las dos menos diez) comenzó el ritual, el cielo se tornó plomizo y empezó a caer una tormenta considerable. Haciéndome el loco, me fui a trabajar armado de paraguas y paciencia. Yo no miro atrás.
La tarde pasó y el panorama no mejoraba. Después de una conversación con Eva que desde España me empujaba a dejarme de milongas y echarme a la calle, me decidí a cumplir mis propósitos mañaneros y llegar hasta la Casa de la Cultura de España, donde esta semana están proyectando un ciclo de cine interesante.
El cielo caía sobre mí, pero yo estaba fuerte, nada podía conmigo.
En los cinco minutos de camino a la parada del autobús, el agua ya había trepado por mis piernas hasta las rodillas, y los zapatos resistían con esfuerzo el ataque. Mientras buscaba las monedas, un coché me roció entero de agua y yo reí mi desgracia porque, sinceramente, me hago mucha risa cuando estoy de buenas. Pero el autobús llegó de inmediato, y así confirmé que estaba fuerte y que no me iba a echar atrás, porque me lo estaba tomando con humor.
También llovía dentro del autobús, pero la gotera sólo escupía en las abruptas paradas de los semáforos, así que aguanté el tipo, tampoco había más opciones de asiento. En realidad, ése no era un gran mal en comparación con el espectáculo de besos húmedos que se intercambiaba cada quince segundos la pareja que tenía justo delante. Quince segundos de espera, cinco de beso, cero palabras. Y yo, sólo en mi asiento de dos, beso que va, gota que viene, lenguas que se abrazan y yo que me abrazo del frío que tengo con mi jersey finito de "por si acaso".
Cuando bajé del bus, la lluvia seguía, no sé si más fuerte o era yo, un escándalo de agua. Fui buscando mi camino, observando a la gente pasar como si no hubiera problema en todo aquello, con pantalones cortos, sandalias y manga corta, esquivando los ríos de la calle. Pero yo seguí mi camino, pensando que era fuerte y que llegados hasta allí, nada podía conmigo.
Después de diez minutos de desorientación y agua inmisericorde, decidí dejar de hacerme el fuerte, estrangulé a mi angelito bueno, y con el malo me eché unas risas y me volví a casa, por lo menos acompañado.
Cuando bajé del autobús me di cuenta que ya estaba parando de llover. Pero ya nada podía conmigo.


viernes, 17 de septiembre de 2010

Vulnerabilidad

Ayer tembló la tierra. Fue un terremoto de 5.4, según me cuentan, con epicentro en el Pacífico, no demasiado lejos de aquí. Por lo que me dicen, los temblores son frecuentes, de mayor o menor intensidad. En esta parte del mundo, la tierra habla, se queja y tiembla de angustia, está como inquieta.
La sensación fue como de sentir que el metro pasa por debajo de tus pies, y después, el balanceo lateral, como de estar montado en un flan de gelatina. Los cuadros se movieron y a mí no me dio mucho más tiempo de preguntarme nada. Fue muy rápido, pero me quedó esa sensación de ser vulnerable, de pertenecer a un entorno que no controlas.
En fin, que no pase a mayores, y todos tan contentos de estas curiosas peculiaridades.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Un nuevo comienzo

En este vuelo en el que sigo como pasajero eterno, he cambiado de destino. Desde Costa Rica voy a tratar de mantener actualizado este blog, con tantas esperanzas como inquietudes.
Mis circunstancias cambian, ya no soy voluntario, ya no vivo en una realidad de pobreza, veo poca gente negra y tampoco toco orejas de niños casi todos los días. De hecho, de momento, no he tocado ninguna. Pero la aventura sigue siendo la misma, seguir disfrutando del lugar al que me lleguen mis pasos. Dónde y porqué os lo cuento en un ratito más íntimo, si os parece.

De momento y por un tiempo, viviré en San José. No he tenido mucha ocasión de husmear el lugar, pero se trata de una ciudad amplia, de calles que suben y bajan, salpicadas de viviendas bajas, algunas residenciales, otras en condominios (bloques de apartamentos de 2-3 alturas, vallados y vigilados), o dejadas caer en parcelas irregulares. No se parece en nada a la típica ciudad europea de calles alineadas y centros históricos bien definidos. A mí me cuesta situarme un poco, pero tiene que ver más con mi pésima orientación que con un entorno hostil.
El país explota en verde, pero tiene que pagar el precio de una lluvia permanente. Las mañanas son claras, incluso el sol se impone, dejando un ambiente cálido y tranquilo que poco te invita a sospechar en la aparición de unas nubes atemorizantes sonre el mediodía, y la posterior desembocadura en recias tormentas sobre las 2 de la tarde. A partir de entonces ya no hay esperanza, y el día se mantiene vestido de arriba a abajo de un color que se mueve en toda la escala de grises. Así todos los días, al menos en temporada de lluvias, que se alarga a casi tres cuartas partes del año.
Este es el punto que peor llevo, pues me considero una criatura de la luz, y me desasosiega la oscuridad. Además de que se anulan las posibilidades de la tarde, o se empañan, valga el símil.
Sin embargo, la solución es fácil, salir de casa pertrechado de fino abrigo y paraguas. Con estas armas pegadas a uno como la piel al cuerpo, puedes estar seguro de poder defenderte de las caprichosas variaciones en cuestión de minutos que se den a lo largo del día.  

miércoles, 30 de junio de 2010

Pies inquietos


Rubén se va de nuevo.
Son las 3 de la mañana de la noche anterior a mi partida, y sigo repitiendo los vicios de siempre. La maleta me mira con aire de resignación, consciente de que una vez más pude evitar estas prisas de última hora.
Mañana me voy, y sigo el camino que una vez me trajo aquí para enseñarme que es posible vivir de una manera más sencilla. Frente a mí, nuevos pasos que desean ser andados, sin prisa, que se alinean hacia algo que está un poco más allá. Así iré siguiendo mientras pidan unos pies inquietos y curiosos, y sigan habiendo en este bendito mundo más caminos por andar.
Hasta luego.

lunes, 28 de junio de 2010

De nuevo, el vaivén

A ratos quiero cerrar el cofre de los recuerdos.
Son perlas que guardo con celo, con la sensación de que las perderé antes o después en el mar de la desmemoria.
De momento, por si acaso, trato de recoger sensaciones que pasan rápido por los sentidos y disparan al corazón, provocando ráfagas de placer y dolor, para luego dejarme como en asepsia total. Disfruto mirando aquí a allá, me recreo en personas, en palabras y actitudes, mientras me digo que ésta es "la última vez que".
La cuenta atrás comenzó hace tiempo y yo ni me había dado cuenta. Ahora, frente a la maleta abierta y receptiva, creo que no seré capaz de recogerlo todo, lo que vivo cada día, y lo que dejé olvidado por el camino. Recurro como siempre a mis listas de última hora.
En la de cosas pendientes encuentro:
- 20.000 minutos de escucha ajena a las prisas
- 2.036 miradas complacientes
- 1.890 palabras de ánimo
- 200 ideas atrapadas en la maraña de la pereza
- 524 sugerencias desde la comprensión y no la corrección
- 4.320 orejas de niño por tocar
- 4 boches bien dados
- 1 intento de aprender a tocar la guitarra.
La lista aumenta con cada día que disminuye. Especialmente cuando vuelvo a casa con la pasola, dejando que el aire resista en mi cara mientras repaso cada gesto en el camino, los niños, los negocios, la gente sentada en la calle, los salones de belleza, las vías del tren... En esas horas de la tarde en las que la vida se pinta de su color verdadero, yo me desdibujo un poco.
Entonces, con la cabeza llena de incertidumbres, me digo y me repito que todo está bien, mientras cierro otra vez el cofre y prometo volver a abrirlo mañana.
Quedan dos días, y todo sigue como siempre, un sutil vaivén de las olas en Bayahíbe.

martes, 22 de junio de 2010

Otro año juntos

Estamos de cierre de curso en "Calasanz nos une".
Ya tuvimos una clausura de curso como corresponde en la parte de niños de los Centros Culturales (ya adelanto que el 3 de 3 tiene que ver con eso), y esta semana le tocó a los jóvenes. Y como viene siendo tradicional, tuvo un poco de todo.
Comenzamos con una eucaristía de acción de gracias a Dios por este año vivido, un curso que ha tenido sus buenos y sus malos momentos, pero que sobre todo ha estado repleto de vida desbordada, la que se regala, la que se recibe y se respira. Después, la parte más lúdica, que incluyó cena, montajes de fotos y reconocimientos para unos y otros, incluso para mí. Pudimos repasar algunos momentos del año y alegrarnos de las muchas cosas que han pasado en este tiempo. Y pudimos también celebrar la amistad y la unión en un trabajo por los niños que nos une a todos.
Para mí ha sido un reto ver cómo se suceden los vaivenes y tratar de poner orden en este caos ordenado que suponen vitalmente los jóvenes. Son muchos barrios en La Romana, muchos equipos distintos con dinámicas propias. Es como tener varios hijos que cuidar. A veces unos caen medio enfermos, otros de repente se ponen fuertes, están los tranquilitos y los nerviosos, los que hay que frenar y los que se esperan que los tomes de la mano. Entre ellos forman una red fraterna de hermanos que se comprenden y se quieren unas veces, y que discuten, se pelean o incluso se disputan el amor del papá, muchas otras. Pero creo que siempre permanece esa sensación de familia, de que el destino de los unos y los otros es común y por tanto responsabilidad de todos.

Aquí dejo el video que les preparé. Mientras lo hacía me iba dando cuenta de la cantidad de cosas que hemos hecho, pero sobre todo, como decía, la cantidad de vida que pasó por ellas.



domingo, 13 de junio de 2010

De la vida un cuento (2 de 3)

No puedo negar que me gusta competir. Pienso que, siempre que no se lleve a extremos, puede ser una buena forma de motivar. El tiempo de preparación te concentra en el objetivo, y la misma tensión te lleva a quererte superar.
Ya hace tiempo que daba vueltas a la idea de organizar un evento de lectura para todas las bibliotecas Calasanz. Pienso que cualquier actividad que junte a los niños de la red de bibliotecas es ya una fiesta.
Para ellos, por el hecho de verse, de salir de su rutina y de conocer otros niños que, como ellos, todas las tardes tienen su rato de aprender, hacer las tareas y leer o jugar.
Para las maestras por la idea de colectividad, de constatar la existencia de una red que pequeñas entidades de aprendizaje, con el mismo objetivo y forma de trabajar.
Y para mí, porque disfruto viendo a todos los niños juntos, tan arregladitos y peinados, y con esa mirada consciente de participar en algo importante.
A estas razones, añadir la más importante: la lectura lo merece. Y tal vez la preparación del acto ayudaría a remover en los niños la conciencia lectora.
Por eso organizamos en el Centro Cultural Calasanz San Eduardo el 1er Torneo de Lectura "Calasanz nos une", una competencia interbiblioteca de la que saldría el niño o niña más familiarizado con los cuentos. Cada centro tenía que elegir a 3 candidatos por medio de un pretorneo, y de los 12 saldrían los ganadores. En realidad, ya los 12 eran ganadores, y así quisimos que lo sintieran. Por eso ya de salida tenían regalo seguro, un lote de libros, pero de rebote también una evidente mejora de la lectura, como pudimos comprobar.
El acto era sencillo. Había 4 pruebas de lectura y escritura, aderezadas con actuaciones teatrales y musicales preparadas por las bibliotecas, siempre alrededor de los cuentos. Los concursantes se sentaban en una mesa frente al público y al jurado, y se retiraban cuando las pruebas exigían concentración (por ejemplo, escritura de cuentos). El Jurado, tras escuchar a los niños en cada prueba, valoraba individualmente para elegir a los 3 mejores del concurso.
Y los ganadores se llevaban un premio especial, pero sobre todo el honor de la victoria.


Tengo que reconocer que me lo pasé muy bien. Estaba empeñado en cuidar los detalles, y que los participantes sintieran que eran especiales. Ellos al principio estaban nerviosos, pero empezaron a soltarse y nos fueron enseñando por qué habían sido seleccionados. Algunos eran buenos en lectura en voz alta, pero otros tenían una imaginación peculiar con los cuentos. Otros no leían especialmente fluido, pero entonaban tan bien que te olvidabas de la historia.
Fue una tarde completa, con teatro, títeres, fotos, cuentos, y los niños lo gozaron hasta el final. Pero además fue un momento especial para los concursantes, que veían reconocidos sus esfuerzos por leer más y mejor. En algunos creo percibir incluso una mejoría de lectura. Por ejemplo, Quintina (maestra de Brisas) me confesaba que Bienvenido había estado varias semanas preparándose. A otros sencillamente se les veía sorprendidos de haber sido elegidos para algo. Y la ganadora, Carla, de 7 años, una avezada lectora, supongo que lo guardará en el recuerdo por mucho tiempo.



Yo me quedo satisfecho. Creo que este tipo de encuentros les permitirá prender la chispa de la ilusión en seguir leyendo. O al menos en seguir intentándolo, pero con la autoestima un poquito más restablecida. Que buena falta les hace.

domingo, 30 de mayo de 2010

De la vida un cuento (1 de 3)

Estoy convencido de que leer transforma.
Aparte de todos los beneficios demostrados que tiene (aumento de vocabulario, mejora de la expresión, incremento de la creatividad,..), creo que te hace más persona, aunque no sé si hay muchos estudios que avalen esta teoría (intuyo que muchos asesinos, dictadores, ladrones... también leyeron mucho). En todo caso, asumo que amplía silenciosamente una capacidad interior que se escapa a la vista. Pero cuando además se realiza en la infancia, planta las bases de un mejor desarrollo futuro, y en esto espero que estemos de acuerdo.

La lectura era uno de los puntos a trabajar en mi misión dominicana. Pocos meses después de mi llegada a La Romana, comencé con algunas actividades de animación lectora en 4º y 5º del Colegio Calasanz San Eduardo, sin experiencia en el tema pero confiando en los consejos de Carlos Kikiricaña. Era un planteamiento sencillo. Consistía en sacarlos a leer una hora a la semana, en grupos pequeños, con el fin de acercarles las historias vivas de los libros muertos de la biblioteca de la escuela. Fue una primera experiencia, bastante satisfactoria según ellos contaban y yo pude comprobar. Había algunos niños molestosos, la verdad, pero en general ellos aprovechaban para leer con tranquilidad, incluso muchos de los hiperactivos encontraban en esa hora un pequeño remanso de paz y sosiego, convirtiéndose en un buen remedio a su desbordada actividad habitual. El problema venía sobre todo de aspectos externos a la actividad, en especial de la ubicación de la biblioteca (casi en la entrada de la escuela), que hacía de ella un buen punto de encuentro de profesores ociosos, con lo que derivó más en una mezcla de improvisada sala de profesores y ciber-café, que en el deseado rincocito de las letras en el que yo la quería convertir.

También en la red de centros culturales Calasanz, del proyecto "Calasanz nos une" que coordino, he tratado de hacer lo mismo, aunque con un resultado, digamos, desigual. Primero pensé que lo que los niños necesitaban eran más y mejores libros, así que traté de renovar los fondos bibliográficos de las bibliotecas. Reconozco que soy algo exquisito a la hora de elegir libros: pienso que a los niños no les vale "cualquier cosa", argumento en el que se basa mucha gente que quiere donar para limpiar sus estantes de restos literarios obsoletos, mientras se dice "Esto para los pobres". Los niños son pobres pero dignos. Y yo un poco exagerado, con lo que nada me parecía suficientemente adecuado para ellos.
Con bastantes libros repartidos, me fui dando cuenta que se trataba más bien de motivarles a usarlos, e involucrarles en el cuidado de sus propios libros. También animando a las maestras, cuyas técnicas a veces resultan poco o nada alentadoras. Yo proponía un cambio de filosofía: tratar de acercar a los niños las historias y cuentos, para que ellos de manera natural y espontánea fueran enganchándose. Poco a poco la cosa fue mejorando, como digo desigualmente, pues en algunos casos encontré que los libros se estaban usando más como elemento decorativo que no como fuente de saber.
Así que me puse yo mismo manos a la obra, que en el fondo es lo que me apetecía. Esto me permitió disfrutar de los niños, de su descubrimiento de la lectura, aunque perdí en visión de conjunto y en estrategias a futuro. Verlos en silencio, inmersos en historias e imágenes, aunque fuera poco rato, me devolvía la ilusión y la esperanza de poder ver resultados.

Este curso decidí seguir apostando por este tema, y entró a trabajar en las bibliotecas Jose (monitor de campamentos) como animador a la lectura. Trabajamos con el concepto de "rincón de lectura", que bautizamos como Rincón de los Tiburones de lectura, o devoradores de libros, lo cual en capillas reconvertidas a salas de tareas durante la semana resultó algo complicado. Compré suelo blandito de colores y paneles de corcho, pusimos algunas frases de decoración y dedicamos dos días fijos semanales a leer. Además, en verano los voluntarios de Valencia nos ayudaron con algunas técnicas de motivación, que sirvieron para despertar en todos la conciencia de lo mucho que se podía hacer y de lo poco que tal vez estábamos haciendo.

Al final de este curso, creo que el resultado es positivo, muchos niños han adquirido el hábito lector, y se han familiarizado con los libros como una herramienta propia del aprendizaje ofrecido por la biblioteca. Empiezo a oír "ése ya me lo sé", o "¿Qué nos has traído hoy?", o la que me alegra más, "¿Cuándo viene Jose?", lo cual es sutil indicador de que algo empieza a cambiar. Creo sin embargo que hay mucho por hacer, especialmente en la implicación de las maestras para inventar un mundo imaginario lleno de historias, fantasías e imaginación. Queda trabajar sobre las historias para sacarles más jugo, aderezar los cuentos con manualidades, música, juegos, crear clubes de lectores... en fin, que la lectura salga más de los libros para invadir el espacio vital y hacer de la vida un cuento, o de un cuento la vida.
Pero eso ya será en el capítulo siguiente.


Decir más con menos

Hace un tiempito que no escribo, y ahora creo que he perdido el hábito.
Me temo que la pereza se me ha echado encima. A veces pienso que nada de lo que cuento es importante, que no merece la pena. A veces la ocurrencia es "algo pequeñito" (siguiendo la terminología eurovisiva), tanto que no merece ser contado. Y mi día a día está tan lleno de cosas pequeñitas, que ni juntas pueden sacar la cabeza por encima de la mesa de la computadora. O tengo que juntar muchas para que salgan las cuentas.
O tal vez, y esto me preocupa más, hemos perdido vosotros y yo la conexión que teníamos. Me sabe mal porque siempre ha sido la idea que hagamos juntos este camino, que compartáis conmigo las ilusiones y los desengaños. Esta aventura es de sentimientos más que de hechos. Desgranarlos a veces cuesta, uno debería ser muy bueno para contarlos tan minuciosamente que se hiciera entender perfectamente, y no creo yo serlo tanto.
En todo caso, esta sutil y sosa confesión me permite comenzar a practicar. Y tal vez este soltar los dedos sea promesa de algo más. Aunque me quita mucho tiempo (soy bastante perfeccionista), me hace mucho bien pues resulta ciertamente terapéutico. Así que, si me podéis perdonar, seguid ahí para ver en qué queda la cosa, que yo haré lo mismo. Tal vez escuchándonos un poco más, incluso en el silencio, podamos decir muchas más cosas.

miércoles, 24 de marzo de 2010

Algo pasa

Creo que los tiempos están cambiando.
El cajero me ha dispensado todos los billetes nuevos, ni sudados, ni arrugados. Internet me funciona sin problemas desde hace semanas. Han abierto un Ikea en Santo Domingo.
Como diría Garfio en mi obra de Peter Pan: "Algo extraño está pasando".
Igual es momento de pensar en cambiar.

domingo, 21 de marzo de 2010

Amigo dominicano

Este texto me llegó en un correo. Es chistoso, pero resulta bastante cierto. Y en este blog también caben los chistes, oiga.

Amigo: Nunca te pide comida.
Amigo Dominicano: Se come la mitad de tu comida.

Amigo: Llama a tu padres 'Sr./Sra'.
Amigo Dominicano: Entra y dice 'sion mami' y 'sion papi'...o tia y tio.

Amigo: Te saca de la cárcel y te dice lo que hiciste mal.
Amigo Dominicano: Se sienta al lado tuyo y te dice: 'Coño, ta'mo Jodío'

Amigo: Nunca te ha a visto llorar.
Amigo Dominicano: 'Ta Jalto de verte llorar, te dice 'pendejo/a' y después llora contigo.

Amigo: Te toma las cosas prestadas y te las devuelve días después.
Amigo Dominicano: Se queda con tu vaina, y lo usa delante de ti.

Amigo: Sabe un par de cosas tuyas.
Amigo Dominicano:Pueden hacer un libro de ti y venderlo.

Amigo: Te deja solo si todo el mundo te deja.
Amigo Dominicano: Se quilla y dice: 'Que se jodan Tó' y se mantiene a tu lado .

Amigo: Te toca a la puerta.
Amigo Dominicano: Te abre la puerta y te dice: 'Llegué yo, denme mi comida'.

Amigo: Te lleva a beber y después te dice que es suficiente.
Amigo Dominicano: Se da un jumo contigo y se burla de tus estupideces.

Amigo: Tiene una discusión con la persona que hable mal de ti.
Amigo Dominicano: Le cae a trompá' al que hable mal de ti.

Amigo: Es amigo por un tiempo.
Amigo Dominicano: Son tu pana por siempre.

sábado, 13 de marzo de 2010

El arte de dibujarte

En algún lecho del golfo de Corinto, una mujer contempla, a la luz del fuego, el perfil de su amante dormido.
En la pared, se refleja su sombra.
El amante, que yace a su lado, se irá. Al amanecer se irá a la guerra, se irá a la muerte. Y también la sombra, su compañera de viaje, se irá con él y con él morirá.
Es noche todavía. La mujer recoge un tizón entre las brasas y dibuja, en la pared, el contorno de la sombra.
Esos trazos no se irán.
No la abrazarán, y ella lo sabe. Pero no se irán.

Extracto de "Espejos", de Eduardo Galeano

viernes, 26 de febrero de 2010

Apátrida

Me declaro apátrida desde hoy mismo.

No quiero saber de himnos ni escudos ni banderas, y ni oír hablar del orgullo nacional.

No quiero saber de patriotismos baratos plantados sobre las raíces de independencia de pueblos vecinos.

No quiero saber de ejércitos nacionales preparados para defender el país de hipotéticos males que amenazan su seguridad, y que se camuflan de excusas a la hora de invadir países.

Aborrezco los escáneres de los aeropuertos, los que te hacen sentir sospechoso de andar y respirar, un presunto terrorista mientras no demuestres lo contrario.

Aborrezco las diferencias de trato a unos y otros, quiero para todas las fichas del parchís el privilegio de tirar el dado y avanzar libremente, para negros, amarillos, blancos, verdes y azules.

Aborrezco a los que se autoexculpan de racismo, pero ven una constante amenaza en el diferente.

Aborrezco la hipocresía de los que se solidarizan con los pueblos que sufren, pero no con las personas individuales que los componen, y ni oír hablar de las causas que los oprimen.

Me siento de todas partes y de ninguna.

Me siento un humano del mundo, un pasajero en tránsito.

Me inquietan e incomodan las fronteras, las que trocean los caminos que ando, las dicen aquí sí, allí no, mientras yo levanto mi pasaporte español, y como machete en la selva, voy abriéndome paso en el mundo, dejando atrás a millones de personas encerradas en sus jaulas nacionales.

Disculpen mi ingenuidad, pero sueño con un mundo sin barreras, en el que no existan las diferencias económicas abismales que empujen a la gente a abandonar sus familias, amigos y vecinos para aventurarse en un lugar desconocido.

Disculpen mi ingenuidad, pero este mundo me duele.

sábado, 20 de febrero de 2010

Caminos de alta fiesta

Eduardo Galeano escribe:

¿Adán y Eva eran negros?
En África empezó el viaje humano en el mundo. Desde allí emprendieron nuestros abuelos la conquista del planeta. Los diversos caminos fundaron los diversos destinos, y el sol se ocupó del reparto de colores.
Ahora las mujeres y los hombres, arcoiris de la tierra, tenemos más colores que el arcoiris del cielo; pero somos todos africanos emigrados. Hasta los blancos blanquísimos vienen de África.
Quizá nos negamos a recordar nuestro origen común porque el racismo produce amnesia, o porque nos resulta imposible creer que en aquellos tiempos remotos el mundo entero era nuestro reino, inmenso mapa sin fronteras, y nuestras piernas eran el único pasaporte exigido.


miércoles, 17 de febrero de 2010

Dosis de caribe

Llamar con un gesto al carrito que pasa por la ruta a dos esquinas de donde tú estás, y sin correr ni sudar, llegar hasta él, que te espera sin ninguna impaciencia. Entrar a ritmo de bachata en un espacio desvencijado y decadente. Acomodarse ligeramente mientras en el asiento trasero una señora come papitas con queso y habla por teléfono "Dile a Plutalco que me mande el dinero". Balancerse de un lado a otro con los baches del camino, con una pasmosa normalidad, con la bachata explicando las bondades de "quedarse en la cama contigo, que es donde mejor se está", y entre compases de guitarra que llora, y de señora con papitas que dice "Plutalco 'ta leeeeeento y 'tamo en eleccione, dile que lo he dicho yo", y poco después observar al chofel que riñe con dramatizada indignación a unos niños "¡Ustedes!, pal de tiguerones, ¿qué hacen por la calle a estas horas?". Perseguir con la mirada a 2 niños 4 pies y 1 chancleta corriendo como alma en pena y risa del diablo para esconderse en un pasillo de palmo y medio entre dos paredes de blocks, mientras esperan que pase el carrito por las colinas de piedras y tierra. Y quedarse en la esquina con las palabras clave "Chofel, en la equiiiiina", cerrando la puerta y dejando atrás altas dosis de caribe.
Todo eso, si se dispone de tiempo y ganas de vivir sin perder la paciencia, es lo que hace que uno se eche unas risas y se reconcilie con el mundo.

miércoles, 10 de febrero de 2010

De lo micro a lo macro

Es de repente en una mirada, un gesto. No un gesto grandilocuente o ambicioso, sino más bien efímero, olvidable. De paseo por La Puya el domingo pasado, volví a reencontrarme con los gestos limpios, los ojos que se esconden tras una puerta y observan, las manos que quieren ser tocadas, las risas que quieren ser retratadas, las cabezas bajo mi mano que se mueven en todas direcciones. Y entonces volvió a resucitar mi yo tranquilo, el que pasea los pies y la vista, sin tener que explicar nada a nadie, sin organizar, sin distribuir, sin más faena que existir.
Por la mañana, yo era el yo del ordeno y mando. No se me da mal el papel, y cada vez con menos pretensiones, creo me he vuelto un poco más humano.
Era un domingo de fiesta, el II Encuentro Nacional de Voluntarios "Calasanz nos une", o lo que llamamos Formación Conjunta, un motivo para juntar en el Colegio Calasanz de Santo Domingo a los monitores de La Puya, tanto del barrio como del Calasanz, y los de La Romana, que suelen ansiar cualquier salida que se dé. En total casi 80 monitores. El tema era el amor como virtud del educador escolapio, una oportunidad de trabajar en ellos eso que se llama amor, tan publicitado como difícil de poner en práctica. La desconfianza inicial de los 3 grupos pronto desapareció, y de repente el tema era la excusa para juntarse, convivir y mezclarse, sintiendo que además del servicio a los niños, nos unen las ganas de compartir.
Al gran juego, ambientado en el Mago de Oz, le siguió una dinámica para representar algunas frases de Calasanz situadas en nuestra realidad concreta con los niños. Y ya en la tarde, después de comer, nos desplazamos a La Puya, donde por equipos recorrimos el barrio, una realidad dura que interpela a cada paso, y donde yo reconcilié el microgesto con el macroevento, para resolver la ecuación. La incógnita: la esperanza.
Tras una eucaristía sencilla pero sentida, volvimos agotados a La Romana. En la guagua, ya de nuevo atrapado por mi yo humano, miraba a los muchachos y escondía con payaserías todo el amor que les tenía.
Al final, quien aprende, vuelvo a ser yo, el humano y el otro.




miércoles, 20 de enero de 2010

Temblor de conciencias (II)

Hay conciencias que tiemblan, y hay conciencias que sufren si tiemblan.
Hay conciencias que olvidan, y hay otras olvidadas, o peor, nunca recordadas ni retenidas.

Hace 3 días estuvimos Bea y yo en Haití, por tercera vez, para tratar de enmendar olvidos, si no los de todos, al menos los nuestros.

Aterrizamos en Puerto Príncipe el domingo, junto a la embajada de los EEUU, una isla de pulcritud ajena al mundo exterior. Muy pronto nos ubicaron en el Hospital "Nos petits freres et soeurs" ("Nuestro pequeños hermanos"), un hospital pediátrico bien cuidado dedicado a atender a niños antes del terremoto, y ahora hospital de campaña que acoge heridos de todo tipo.

Una mosca que entrara por la puerta encontraría gente en colchones por el suelo hacinada en el vestíbulo, y un caos nada inspirador. Si se fuera después hacia la izquierda buscando aire fresco, saldría al jardín interior, otrora remanso de paz, ahora repleto de heridos por todas partes, niños en cunas, adultos en colchones o tablas por el suelo, con vendas, algunos llorando, la mayoría catatónicos como zombies en retirada. Después daría un vuelo por la primera sala, la de urgencias, con más camas llenas de gente en medio de un hedor de orín, sudor y carne rancia, y tal vez, si siguiera derecho, se encontraría con Bea curando un pie pegado a una niña de 11 meses que yo aguanto, o medio pie, para ser más exactos.

Rápidamente saldría la mosca de aquella sala, y volaría entre gente que va y viene rápido, gente negra que se lamenta, gente negra que se resigna, y otra que espera impasible como quien espera que el sol se ponga. También gente blanca, médicos, voluntarios, que se olvidaron de organizarse en su afán de apuntalar el desaguisado.
Más allá el pasillo está bloqueado por el tumulto y el jaleo es constante, así que la mosca decidiría subir al piso de arriba, donde quedan más lejos los lamentos esporádicos y más cerca el constante sonido de los helicópteros. En su camino se encontraría de nuevo con Bea que ahora baja con tanta prisa con la que antes subió, y seguiría hacia una de las salas de los niños pequeños, ignorados con tanta urgencia de atención. Posiblemente no entraría en la sala de niños olvidados, los que fueron aparcados en cunas de hospital que ahora esperan y esperan a volver a ser recordados, si alguna vez lo fueron. Así que seguiría más adelante hacia otra sala y encontraría bebés de todo tipo, por lo que decidiría descansar de su viaje en alguno de los desnutridos de piel reseca, huesos débiles y ojos perdidos. Allí encontraría otras tantas compañeras relamiendo sus expectativas.
En el exterior, el panorama no mejora, hay lonas montadas que cubren a más gente, y un poco más allá una unidad de cirugía en las tiendas de los médicos italianos. En la entrada del hospital, la mosca podría vernos abrazar a un conocido haitiano, que ha perdido su casa y a media familia y vive ahora como puede. Y si me apuras, podría intuir mi ansiedad de querer hacer mucho más mientras el mundo se hunde allá fuera.

Si sube más arriba, verá un panorama de agitación general, de heridas abiertas, de niños que nacen, de gente que busca consuelo. Y en su remontada, si tal vez olvida donde está, percibirá que el aire cambia y trae alguna ráfaga de olor a muerto. Entonces, ya bien arriba, mirará hacia abajo, y el hospital será un punto en las afueras de una ciudad desolada y gris, donde el único color es el de algunos puntos que se mueven lentos y lonas montadas en solares. Porque la ciudad ya era gris antes, pero ahora parece un poco más.
Si se despista, como buena mosca haitiana se verá volando con la inercia de todo el mundo, absorta, resignada, dejándose llevar por el viento hacia ninguna parte.
Entonces, cuando desaparezca y ya no sea centro de nuestra atención, será una parte más del paisaje, e irremediablemente, pronto nos olvidaremos de ella.
Y la vida seguirá como siempre.

PD: Además de unas cuantas fotos, he añadido una canción a una nueva lista, "Otras músicas". Aunque no es haitiana sino africana (de la película "El jardinero fiel"), me resuena en la cabeza desde hace días.

PD2: He encontrado un artículo de elmundo.es que narra perfectamente esa sensación de resignación. Recomiendo su lectura: http://www.elmundo.es/america/2010/01/21/noticias/1264109931.html





jueves, 14 de enero de 2010

Temblor de conciencias

Parece que la desgracia se sigue cebando con el más desgraciado. Un temblor sacude la conciencia mientras entierra vidas entre escombros. Soy uno más de los espectadores de esta tragedia cercana, casi palpable.
Estuvimos en Haití hace 2 meses y me impresionó la pobreza cotidiana, que de tan pobre es mísera. Un pueblo que sobrevive confinado entre el mar y unos vecinos que le dan la espalda porque miran a Puerto Rico, que censuran la inmigración haitiana mientras sueñan con salir de su país.
Ésas son las réplicas que vendrán, las del terremoto de la indiferencia, el rechazo, el olvido.