domingo, 15 de febrero de 2009

Lo inesperado

Los regalos, cuando no te los esperas, se disfrutan mucho más.
La fortuna me regaló entrada al concierto de Juan Luis Guerra el sábado en Santo Domingo. Así, casi sin esperarlo, me encontré en el estadio de la capital acompañado de gente cercana al Calasanz y más de 50.000 seguidores del cantante dominicano.
Debo confesar que en mis tiempos mozos yo fui fan de este hombre de casi dos metros y sonrisa perpetua. Sus ritmos caribeños de tamboras y otras percusiones agitadas alteraban mi sistema neuronal y el ritmo de mis pies. Recuerdo buscar visa para un sueño, y resucitar la abeja al panal. Recuerdo haberle escuchado areíto en los cascos mientras refrescaba mis doloridos pies en un riachuelo del camino de Santiago, allá por el 94, y se convirtió varios años en parte de la banda sonora de mi vida desde un walkman Sony que rebobinó sus cassetes 500 veces. Hasta fui a un concierto en Valencia, en la plaza de toros, del que recuerdo especialmente dos llamas de fuego saliendo por los laterales del escenario. Fue mi primer gran concierto, y yo estaba impactado. Juan Luis era Dios.
Después, yo crecí y él sacó algún disco algo más comercial que disfruté a medias, con la inercia de ilusión de otros tiempos. Así que cuando anunció su retirada, me dolió, pero lo justo.
Unos años después, reapareció con canciones y alabanzas a Dios a ritmo de merengue. Me enteré que era evangélico y vivía dedicado a sus iglesia, así que aproveché para aparcarlo en algún rincón innecesario de la memoria. Y se acabó el mito.
Recién llegado aquí, me enteré que había sacado disco y me lo copié algo desconfiado. Lo escuché y me gustó, así que, despojado de juicios de antaño, volvió a ser parte de mi música, y más ahora que estaba compartiendo su país y su gente dominicana. 
El sábado volví a reencontrarme con aquello que me hacía disfrutar. Su música, su percusión, la poesía de las letras cercanas, amables. Es innegable que el hombre tiene talento, y a pesar de los años se mantiene actual e intemporal, digo yo que como ABBA o Michael Jackson (disculpen la licencia de crítico musical). 
En fin, que aunque el sonido no fuera bueno y de tan lejos que estábamos el cantante de casi dos metros era una hormiga difusa, disfruté este regalo tan inesperado con la ilusión devuelta. Y en algunos momentos, con toda aquella gente entregada y la temperatura perfecta (de brisa caribe fresca y limpia), creo que rocé algo parecido a la felicidad. De esa de tener los sentidos al 100% y sentirte tremendamente agradecido.

Hoy domingo he estado con los jóvenes del "Calasanz nos une" de La Puya, con los que sigo en formación mensual. Llevan dos semanas haciéndome volver a La Romana de vacío, pues no se ha dado el campamento o la formación por motivos varios (un crimen en el barrio, una novena a un fallecido, la lluvia). Mi nivel de motivación estaba ciertamente bajo mínimos. Pero hoy les he visto allí, tan participativos, con su ingenuidad y sus obsesiones, pero con tanta verdad entre las manos, que me han supuesto un nuevo impulso. Aunque uno lo sabe, qué difícil es bajar las espectativas y dejarte sorprender, pero al mismo tiempo, ¿cómo relajarse cuando uno pone empeño en hacerlo bien? Misterios con los que seguir aprendiendo. Y regalos que seguir disfrutando.

[PD: Añado la canción con la que abrió el concierto]

1 comentario:

teresa dijo...

"Te mando señales de humo,como un fiel apache..."
Un besote!!