martes, 30 de septiembre de 2008

León


Polvo y piedras en las calles de Sutiava. Una iglesia de piedra vieja vigila la plaza, donde duerme un caballo y otros dos conversan de nada. Se mueve el tiempo en bicicleta, que van lentas, sin prisa. Pasan dos, tres, en todas direcciones. Pasa un caballo que tira un carro con leña, y dos personas sobre él que miran sin ver bajo el sol de las once. Pasa un autobús vestido de marrón abandono. Y paso yo, buscando mi sitio.

En medio de estas calles de León, se yergue el Colegio Calasanz, un edificio en tres plantas, un elefante cansado y lento, que duerme y sueña con tiempos pasados de esplendor. Porque el colegio conserva tímidamente esa altivez que indudablemente tuvo en los sesenta y setenta, cuando era internado y colegio de prestigio. Pero con la guerra y el gobierno sandinista, sumida León en una profunda crisis, fue cayendo lentamente en la dejadez y el abandono, hasta que desde hace bien poco se está tratando de revitalizar y devolver a lo que es, una obra educativa popular dedicada a la transformación social de esta parte de León, mediante la educación de niños y jóvenes. El colegio tiene esa elegante decrepitud de los palacios abandonados de Budapest.

León, por su parte, vive ajena a este envejecimiento unas muchas cuadras más para allá. Bañada en colores de ciudad colonial, parece afrontar su día a día con sencillez pero sin un excesivo pesimismo, aunque los semblantes son mucho más serios y, diría, contritos que los que encuentro en Dominicana. El nica parece mirar para adentro, parece cansado de conflictos y gobiernos decadentes, parece necesitar calle de la de pasear. En la ciudad se entrecruzan calles de casas con tejados discretos con paredes blancas y coloreadas. Se mezclan universitarios con venta de comida, y monjas que buscan asueto tomándose un jugo en el mercado con hombres sentados en mecedoras, que esperan y esperan.

Aparte de este fugaz paseo, mi tiempo vive en el recinto del Colegio, pues el objetivo es conocer esta obra popular. Junto al colegio, es fundamental el papel que toma el Centro Cultural (antiguas instalaciones de un Instituto Agrario), que es al mismo tiempo ludoteca, sala de tareas para todos los cursos de primaria y lugar de encuentro de jóvenes en busca de computadoras, juegos y oración. Además de un aula para el refuerzo escolar de cada grado, tienen locales el grupo de voluntarios, que funcionan también con formación y campamentos con los niños, y la Comunidad Juvenil, que es un grupo de muchachos que comparte espiritualidad escolapia, formación y oración periódica. Trata entonces de ser un centro juvenil, y digo que trata porque en estos momentos parece estar viviendo un nuevo florecimiento, tras ser recuperado el Centro de las garras del tiempo y el olvido.

La idea es poner en común el Proyecto “Calasanz nos une” de educación no formal, y participar también de la vida de este Centro como motor de actividades educativas y culturales. Yo trato de aprender de otra forma de trabajar que, aunque similar, tiene sus peculiaridades, y de aportar también las nuestras propias para construir algo bien fuerte entre todos, sistematizado y coherente. Que la educación pueda llegar en múltiples formas y colores a quienes más lo necesiten.


2 comentarios:

Manel dijo...

Molt bé, això ja està millor: més optimisme i la prosa del nostre Rubén ja estan aci altra vegada. Sembla molt interessant. Gràcies!

Una abraçada,

Manel Avellà

Anónimo dijo...

Hola Rubén, k guay que por fin se hable de Nicaragua, son los niños de tercer grado,no?
ya estás de vuelta en la Romana?
sigue escribiendo cositas pero más amenudo,eh?
besos

Laura