viernes, 16 de mayo de 2008

Elecciones

Después de un año de campaña, por fin hoy vota el país. Este tiempo, del que sólo he sufrido una parte, ha sido una pesadez constante. Politiqueo barato y populista, fraudes saliendo constantemente en los diarios, manifestaciones de apoyo a unos y otros con el consiguiente tráfico colapsado, y la verdad, poco o ningún mensaje de propuestas serias y mucha banderita y hacer ruido. La cantidad de dinero que se ha destinado a todo esto es brutal, y mientras, la gente sumida en la miseria y, lo que peor me sabe, en un anonadamiento incapaz de hacer crítica.
Desde el miércoles, los niños ya no van a clase, y confiemos en que reine la normalidad para que podamos retomar el ritmo. Se sigue teniendo miedo al resultado, a los disturbios. Al parecer va a ganar el mismo que está en el poder. La gente alega que los demás candidatos son poco serios o se han visto salpicados en escándalos inmobiliarios y/o financieros. Posiblemente sea cierto. Pero pasar a un triunfalismo fácil te impide seguir mirando más allá, con la intención de andar, al paso, pero andar al fin y al cabo. Y no hay mucho tiempo que perder.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Rubén, qué bueno es saber de ti a través de estas cartas, ójala tuviera tu determinación y constancia, pero ya sabes que el de arriba repartió dones –y manías– arbitrariamente y algunos acumulamos sólo de las segundas y una perrería innata.
Te escribo en esta tarde mortecina, directos a una hecatombe dominical, ese espacio único que se crea hacia las ocho del domingo, mientras afuera arrecia una lluvia de espanto, con truenos de película (M. se ha pasado la tarde con la piel de gallina). Qué bueno poder escribirte en este primer domingo de letargo matrimonial, esquivando el trabajo –que siempre hay– y las citas, para poder escampar papeles, tumbarse en el sofá, leer y tener tiempo de escribir a los buenos amigos. Y dar testimonio, Rubén, porque esta carta que te escribo no es otra cosa que el fruto de tu amor. Tenlo por seguro.
Tampoco sé exactamente qué escribirte, acá se me queda empañado, atontado por el día a día del trabajo agobiante… Y ahí me quedo a veces, Rubén, y por eso, simplemente, no te escribo. Cuesta horrores encontrar “algo” entre los pliegues de la vida cotidiana, de esta vida tan adormecida por historias de medio pelo, preocupaciones histriónicas y una hipoteca a la que resignarse… lastres a los que tú –en gran parte, no me lo niegues– les has dado viento.
Lo cierto es que esta mañana escapé al estudio por necesidades laborales y, cruzando por el túnel de la gran vía, me topé de frente con los miles de corredores de la volta a peu. El eco del túnel multiplicaba sus chillidos y aplausos de ánimo, como hacíamos tú y yo –¿recuerdas?–, disfrutando de ese día excepcional en el que puedes explorar el asfalto de tu ciudad sin la tensión de quien no quiere morir atropellado. Así vienen transcurriendo estos meses sin ti, salpicados de acontecimientos y chorradas que nos “empujan” a echarte de menos, escrudiñar alguna novedad en el blog y mandarte estas líneas deslenguadas. Gracias Rubén, porque aún en la distancia física, seguimos aprendiendo contigo.