domingo, 25 de mayo de 2008

Nieve en La Romana

Aquella linda mañana de mayo no había sido muy fría, aunque tampoco especialmente calurosa. Era una mañana cualquiera, como tantas esplendorosas, en las que al salir a la calle, vimos el coche cubierto de nieve. La imagen era preciosa, blanco por todas partes, tan bonito, tan especial, que llenaba nuestros corazones de alegría y dicha. Pasar el dedo por el cristal, y ver el milagro haciéndose real en tu dedo, era como estar soñando...

Pero no me vengas con cuentos, hermano. Lo que "nieva" en La Romana es mierdita, la ceniza de las chimeneas del Central Romana que, generosamente espolvoreada como azúcar glassé a varios kilómetros a la redonda, va dejando una capita como de polvo a veces blanquecino, y otras gris o negro. Polvo que lo cubre todo, coches, persianas, casas, intenciones y deseos.
Empecemos por el principio. La Romana es una zona de caña, y su actividad principal se basa en la industria del azúcar y derivados. La empresa Central Romana desembarcó aquí a principios del siglo pasado, comprando toda esta zona, miles de km2 destinados a campos de caña, ciudades para sus empleados y todo tipo de servicios. Desde entonces viene dando empleo, de forma directa o indirecta, a gran parte de la población de La Romana, aunque con unas condiciones laborales que no siempre son las más adecuadas. Su labor fundamental es la extracción de azúcar, para eso se sembraron campos de caña en los que trabajan de sol a sol sus empleados, que malviven en pequeños poblados perdidos en estos campos, sin servicios y muchas veces en condiciones miserables, en lo que se conocen como bateyes.
La temporada azucarera dura más de 6 meses al año, en los que se recoge la caña y se lleva en trenes infinitos y escandalosos hasta el ingenio de azúcar. Allí se muele la caña y se obtiene éste. Además, se extraen otros productos, como la misma energía que sirve de combustible a las propias máquinas. Para ello ese sobrante del azúcar se quema en inmensos hornos, cuya ceniza (cachipa) se suelta sin pudor por grandes chimeneas.

¿Quién se come esa ceniza? La gente, por supuesto, que vive acostumbrada a que le piquen los ojos, a limpiar constantemente el polvo que, sin ningún tipo de misericordia, se cuela por todos los rincones de la casa, y a respirar ese intenso olor de melaza, dulzón, pesado, que lo envuelve todo, especialmente en los días de más calor. Y que, de intenso, a veces da hasta angustia.
La cachipa ya forma parte de nuestra vida, pegada a fuego. Pegada a la lengua en un lamento constante, pegada a la piel con un sudor leve pero continuo, a nuestros pulmones, a los ojos... Pero siempre con nosotros.
La vida del pobre tiene estas cosas, sabe de trabajo, pero no de contaminación, de derechos, de condiciones sanitarias. Y mientras, dejan que caiga la cachipa con la misma resignación e indiferencia como quien oye nevar.

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